¿Democraciudad?
Héctor García-Diego Villarías y María Villanueva Fernández, Pamplona.
Vista de la plaza situada entre The Mall y Rainbow Av. del recinto ferial de la exposición de Nueva York de 1939. Fuente: The Bettman Archive. Extraída de GELERNTER, DAVID HILLEL, 1939, the lost world of the Fair, New York: Free Press, 1995, p. sn.
I.
Es el año 1939 en Flashing Meadows. Un gran alfiler se alza con brío al cielo de Nueva York. A su lado, un gran orbe. Es una vista lejana, y en ella el orbe cede elegantemente el protagonismo a su compañero. Uno es unidimensional, es un punto: un monumento a la aguja de la brújula El otro es tridimensional, una bola que encierra algún misterio en su interior. En el primer plano, tras el lago, cuatro siluetas de gran tamaño se elevan entre la muchedumbre. Las cuatro figuras, representaciones de de la libertad, han sido convocadas o tal vez guiadas por la monumental brújula. A lo mejor desean mirar en el interior de esa bola, por si en ella se adivinara el futuro. A lo lejos, una última silueta se recorta sobre el fondo de la colosal esfera: es el mismísimo George Washington, que justamente 150 años después de fundar la ciudad que le debe su nombre, protege el posible dispositivo de adivinación. Con lo que los guardianes de tan insólito monumento son las improvisadas alegorías de la democracia y la libertad.
Dibujo de Hugh Ferris del Trilón y la Perisfera?
II.
El creador de semejante bodegón de figuras esenciales es Wallace K. Harrison. El arquitecto ya había construido la popular aguja para dirigibles en la que seis años atrás exhalara su último aliento King Kong. No obstante, Harrison, nunca había proyectado nada que se le pareciera a la esfera. Al conjunto le puso nombre: al uno, al varón lo llamó a Trilón; al otro, a la dama, Perisfera. Y con ellos, el que fuera padre del manhattanismo comenzó a interpretar el drama shakespiriano que denunciara después Rem Koolhaas. El Trilón señala un punto que está en el cielo, a la vista de todos. La Perisfera, señala otro, equidistante a su superficie, pero oculto al exterior, reservado. Y la combinación de ambos es un canto de sirena irresistible para los argonautas desprevenidos de finales de los treinta: justamente los que aparecen en el primer plano de la imagen primera, aquellos a los que les gustaría ver un futuro alentador tras diez años de Gran Depresión.
Sección perspectiva del Trilón y la Perisfera. Fuente; KOOLHAAS, R., Delirio de Nueva York, Barcelona: GG, 1978, p. 284.?
III.
Efectivamente, la Persifera es una bola de cristal. En su interior se muestra el futuro, la ciudad del mañana. Para verla, hay que ascender por una rampa helicoidal hasta la base del Trilón, que es la madriguera de conejo, la antesala de un mundo lleno de maravillas. Desde allí, un puente salva le la lámina de agua sobre la que se asienta la esfera. Una vez en el interior, dos órbitas paralelas se desplazan por el aire en dirección contraria. El visitante, que ya ha bebido de la poción de Alicia, ve cómo la madriguera se ha hecho mucho mayor. O él más pequeño. Por eso, a sus pies, a unos 2.100 metros de distancia se observa la Democraciudad. la ciudad del futuro cuyos heraldos son Washington y las Libertades. Es una urbe de luz, aire y espacios verdes. La ciudad que soñó F.L. Wright, F.L. Olmsted, E. Howard y Le Corbusier. Pero, sobre todo, es la obra prometida por la democracia para la ciudad de dentro de 100 años.
Sección perspectiva del Trilón y la Perisfera. Fuente; KOOLHAAS, R., Delirio de Nueva York, Barcelona: GG, 1978, p. 284.?
IV.
Pero Democraciudad es una ciudad sin vida, un diorama que ha escapado del Museo de Historia Natural de la cercana octava avenida. Mas, desde lo alto de la cúpula, diez puntos equidistantes aumentan de tamaño, se acercan. Ahora son diez grupos de personas que representan los colectivos de la ciudad moderna: maestros, albañiles, agricultores... El cielo de la ciudad ideada por Harrison no pertenece a divinidades, sino a los habitantes que viven allí. Son los espectros del futuro, la imagen reflejada por las aspiraciones de los que, desde abajo, observan sus yo venideros. Al fondo, un coro de voces canta el himno de la feria. Peor la formulación de la profecía no se extiende más allá de los seis minutos durante los que los visitantes son transportados desde la entrada hasta la salida del oráculo esférico.
V.
Es 2014. Han pasado 75 años desde la promesa de Harrison. Tan sólo resta un cuarto del tiempo transcurrido para el advenimiento de la Democraciuad. Pero no parece claro que la adivinación se cumpla. Ahora la envolvente de la Perisfera ha saltado por los aires. La ciudad de hoy no conoce límites ni se puede contener. No es un diorama ni ofrece culto a profesionales. En ella persisten las ambiciones de las sombras que visitaron la instalación en el 39, pero el camino que ha elegido la ciudad de hoy es otro. De hecho, apenas sí ha cambiado en lo sustancial. A lo mejor sea un organismo vivo que, quizás, se conforme con seguir viviendo.
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