De como engawa da paso. Y Alexander Sokurov da paso a Hubert Robert.
Fèlus Gracia Barba, , Vic
Una noche fría y lluviosa, le invitaron a una representación de teatro tradicional japonés. La obra empezó en silencio, y los actores aparecían ingrávidos entre brumas deslizándose solemnes por el engawa hasta un ensanchamiento del mismo, a modo de estrado con una hoguera bajo un hermoso árbol en flor donde prosiguieron. En el cortometraje que hizo relacionando la escena con la vida y milagros del pintor y arquitecto Hubert Robert, dice de propia voz: “Seguro que las máscaras e imponente vestuario cubrían las caras de grandes.. actores… actores.. actores eternos, y no sé porqué observando este milagro, recordé un texto de Dostoyevsky leído hace tiempo que venía a decir… sin percatarme de como, me encontraba en otro país, todo parecía radiante alcanzando el triunfo por fin, unos árboles altos y bellos se erguían en todo su esplendor mostrando sus flores e incontables hojas, y sí, estoy seguro de ello, me saludaban con susurro suave y entrañable, como murmurando palabras de amor”.
Mi admirado director componía esta escena con el árbol transformándose en otro más reconocible de nuestro entorno, que aparecía luego en un óleo romántico y engarzaba con la obra del pintor y arquitecto nacido en Francia en 1733, antes de la Revolución, cuando en Rusia gobernaba la desconocida Anna Ioannovna, los Estados Unidos de América ni existían aún, Inglaterra conquistaba nuevas colonias, Japón era casi desconocido por Europa, que estaba en permanente estado de guerra. A los 21 años Robert llegó a Roma y empezó a estudiar arquitectura clásica y pintura.
Y en la Ciudad de las Ciudades recibió 5 años después el primer encargo profesional, permitiéndole su cómodo destino viajar por Italia durante 11 años de estudios, que lo derivaron a la pintura. Nombrado miembro de la Academia a su paso por París, fue un hombre de su época, a la que no se permitió avanzar ni un paso, pero siguiéndola segundo a
segundo. ¿Era por ello un conservador o la antítesis de los engagés en movimientos post-any actuales?
uando una obra arquitectónica muere de muerte natural, no hay fealdad, nos recita Sokurov, solo melancolía, la melancolía más simple y por tanto la más fácilmente comprensible, las ruinas….uno puede pasar horas mirándolas..y sin duda esto cura la arrogancia, un escenario arquitectónico, es una caja que guarda luz y sombra, los rayos brillantes del sol y los grises crepúsculos invernales. En San Petersburgo en el Hermitage hay muchos cuadros de Robert. Los zares y la nobleza rusa los pagaban sin reparos, y luego se embalaban y los traían en carro y trineos hasta los helados palacios rusos. Robert pintaba cuadros como si escribiera cartas, pintó más de 500 lienzos, un mundo sin límites, que podría dar cabida a una civilización entera. Pero como señala Aleksandr no se crean a Robert: “estas estructuras jamás existieron, ni las fuentes, ni las arcadas colosales. Por su saber arquitectónico eran posibles pero todo inventado, absolutamente todo es inventado”.
Como destellos preliminares de la arquitectura espectáculo actual, pero con un factor impostura menor que reducía a proyectos en óleo de escenografías, el abanico que blanden los actores, pudiera con su movimiento ágil, añadir un fiel a la balanza del ser o no ser en el espacio fluido que acarician y recortan, de la desnudez de atributos y vacío de contenidos a la livianidad de variados soportes de la meta-arquitectura.
De lo que no cabe duda y atendidas las batallas continuas, es de la colosal productividad de aquel siglo ¿Como y cuando consiguieron hacer todo eso? El director, confeso amante del triunfo del virtuosismo clásico que extiende a todos las aplicaciones de la belleza romántica, música, porcelanas mármol, mobiliario, libros.., reflexiona sobre el cuerpo viviente de la pintura de Robert, su manto de óleo, su piel, pues este cuerpo respira y a menudo enferma.
¿Qué extraño, el Hermitage construido a pocos metros de
un río profundo y poderoso, que varias veces al año inunda la ciudad, y las partes más próximas con todas las obras en planta baja y a pesar de ello Robert valientemente y con pasión pintó lienzos gigantes desde el mismo suelo hasta las bóvedas del palacio, sin vanidad, solo con una gran técnica pictórica y un tierno amor por la arquitectura que le expandían en ambos sentidos.
La devoción pictórica y arquitectónica de Aleksandr Sokurov. rezuma en este documental cual trasunto de quien se habla, como la mía por él en este artículo.
Su maestría en filmar la arquitectura, que en muchas de sus películas deviene un personaje más (Dolorosa Indiferencia, Madre e Hijo, Padre e Hijo, Moloch, Telets, El Sol, El arca rusa) sin hablar de su cine de cámara en la que “Elegía Oriental”, ofrece un recital de suspensión zen de los tres personajes y él mismo, con los interiores y exteriores de la casa, en un continuo intercambio de saturaciones y fluidos de todo ello, y que atrapa al espectador paciente o avezado introduciéndole en las redes de la experiencia.
Y por otro lado la vocación pictórica, patente en todo su arte, como en piezas donde sustituye lo filmado por tomas de lienzos de paisajes que hace temblar y que pasan desapercibidas al espectador, tiene un hito de visión obligada para arquitectos en “Madre e Hijo”.
Siendo para el patente, que el cine como la pintura se proyecta en un plano (del que ha usado todos los formatos posibles del rectángulo), aborda la plasmación de ésta relación que traspasa a la muerte misma, con ni un solo asomo de perspectiva. Como consigue destruirla y hacer que cada plano aparezca como un alzado, diluyendo los volúmenes de la casa, de caminos serpenteantes en lomas arboladas y onduladas, construyendo óleos y dibujos de los planos con ambas figuras, es un asombro continuo, que ningún arquitecto o pintor debería perderse.
Termina Sokurov este documental “Hubert Robert, una vida afortunada”, con unos datos biográficos del mismo: “La vida seguía su curso un día tras otro, un año tras otro, tenía fama, dinero y
éxito, al fin y al cabo muchos le amaban, tenía buen carácter y humor y siempre fue afortunado, pero en su vida también como en todas, hay una sombra. De repente y en poco tiempo, murieron todos sus hijos uno tras otro, Gabrielle, Adelaide, Charles y Adèle. Apareció en la historia Napoleón, que le expulsó de la Academia y a su esposa de la residencia del Louvre donde habían vivido más de 25 años y en 1808, murió con 75 años, cayendo junto a su caballete, donde la vida le abandonó.
La antigua representación, ha acabado, solo queda el aroma de los árboles en flor. Así termina su película.
Y con la imagen del engawa en presente continuo a mi me queda la secuencia del tren desvencijado y sin ventanas, deslizándose parsimonioso con los actores, observando la proximidad del suelo con la superficie pedregosa del árido lugar: “Días de eclipse” …donde una ciudad se vuelve miniatura y desaparece……...
10 Febrero 2010
"Elegy of a Voyage / Hubert Robert, A Fortunate Life"
1996/2002
Directed by Alexander Sokurov
Elegy of a Voyage / Hubert Robert, A Fortunate Life 1/3
Elegy of a Voyage / Hubert Robert, A Fortunate Life 2/3
Elegy of a Voyage / Hubert Robert, A Fortunate Life 3/3
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