Interfaz

Rubén Páez, Barcelona

Construir espacios habitables para el hombre es una actividad humana es si misma que nos ha acompañado como individuos pero también como sociedad desde hace siglos. Pero la actividad en si, no sólo nos compromete exclusivamente a componer un lugar o a edificar, sino que se identifica también con la capacidad de albergar las experiencias, identificándolas e imaginándolas. En este orden de cosas hay que identificar los elementos necesarios, más primordiales o más estrechamente ligados a las pulsiones principales del que habita en relación a lo habitado.

Las obras de arquitectura, en especial las de máxima dignidad, están esperando su interpretación. Si en ellas no hubiera que interpretar nada, si estuvieran sencillamente ahí, se borrarían de ellas todas las acepciones que la dignifican. La compresión del contenido postula su existencia, nada se comprende si no se comprende su contenido o su falta de contenido. La arquitectura necesita del pensamiento, y el pensamiento como no es estático pertenece a la crítica. Lo que la crítica hace es configurar modos de percepción, modos de acercamiento a la misma que, constituirán su contenido.

En esta escala de máximos a mínimos, la relación con el contexto ha ocupado uno de los mayores retos para dignificar la obra de arquitectura. La dureza de un clima o la fuerte influencia del medio natural o artificial, obligan a una definición más certera del medio arquitectónico donde habita el individuo, dando importancia a la escala humana, espiritual y psicológica de la arquitectura.

La arquitectura se define a si misma cuando es capaz de fundirse con el entorno inmediato y también cuando el interior se concibe como parte de ese entorno. El concepto básico de la arquitectura plantea la importancia de la relación con lo próximo, ya sea un entorno urbano o un entorno natural. En esta misión la arquitectura ha conseguido ser una intermediaria que relaciona al usuario final con el entorno inmediato, relación que siempre ha llevado a conciliar la modernidad con la tradición, y el artificio con la naturaleza.

En este papel de interfaz, la arquitectura utiliza diferentes estrategias para relacionarse o interactuar. Los arquitectos nórdicos en este sentido han sido unos grandes maestros: un primer ejemplo hay que buscarlo en la Capilla del Bosque (1918-1920) proyectada por Eric Gunnar Asplund en Estocolmo, obra que marca un perfecto equilibrio entre clasicismo, modernidad, industria y naturaleza. Un edificio entendido como un bello i funcional artificio insertado cuidadosamente en el paisaje.

Otro ejemplo de la misma escuela nórdica lo encontramos en el Ayuntamiento de Aarhus (1937-1941) proyectado por el maestro danés Arne Jacobsen, obra en que la relación entre el interior y el exterior se realiza a través del material. Jacobsen en este proyecto “interioriza” el exterior mediante el uso de la madera, la piedra, la arcilla…indicando la voluntad de aproximar la naturaleza al interior.

En el Upper Lawn (1960-62) del matrimonio de arquitectos Alison y Peter Smithson, el interfaz entre la arquitectura y el lugar es el individuo. Situado en un paisaje ingles se construye con la intención de disfrutar de sus placeres, de su historia y de someterse a las estaciones, el control del individuo se somete a la poética de la naturaleza. Se concibe como un objeto o pabellón en el que experimentar cosas en primera persona, donde el esquema para habitarlo puede variar con el tiempo, su programa funcional puede adaptarse a la sintonía del paso de las estaciones y en el que se explora la capacidad de establecer un territorio bajo el control del individuo.

En ocasiones el papel de interfaz se diluye o desaparece, en este sentido encontramos esta situación en la obra de uno de los grandes arquitectos del siglo XX, la casa Das Canoas (1953) de Oscar Niemeyer. El arquitecto proyecta su propia casa evocando el contexto y el paisaje natural, la arquitectura se fusiona con el lugar dotando a la vivienda de una riqueza espacial capaz de generar un diálogo sugerente entre lo habitado y el bosque tropical brasileño. El interfaz entre arquitectura y contexto desaparece ya que la propia naturaleza se introduce en el interior, aquellos elementos que definen el bosque acceden y participan de lo habitado. Esta desaparición se enfatiza eliminando los límites y materializando una arquitectura pura del movimiento moderno, una losa de hormigón curva y una fachada vidriada completamente transparente.

En un contexto más cercano, el mediterráneo, el mecanismo de relación se manifiesta en la fachada, en aquellos espacios intersticiales entre lo habitado y el exterior (balcones, tribunas, galerías…) En su definición prolongan el espacio doméstico hacia el exterior contribuyendo a elevar la calidad ambiental sin comprometer la privacidad o permitiendo graduarla. En su concepción poseen la ambivalencia de leerse de dentro a fuera y viceversa, y es desde este punto de vista importante su aportación a la definición urbanística y compositiva de la ciudad. Desde su lectura interna es crucial también reivindicar su repercusión en términos energéticos, de insonorización respecto a la relación con la ciudad y de tratamiento mediatizado de la cálida luz mediterránea.

A través de tres ejemplos de la obra de J.A. Coderch y Manuel Valls podemos atestiguar esta relación en nuestra cultura más cercana. La Casa Ugalde (1951) representa el hito del proyecto donde las consideraciones ambientales y paisajísticas son claves para entender su materialización, dónde la construcción se apoya sobre la topografía abriéndose hacia las visuales del mar mediterráneo creando la tensión suficiente para que el límite entre interior y exterior se difuminen y se pierdan.

En el Edificio de Viviendas de la Barceloneta (1951) se explora la idea de intimidad creando una doble piel con galerías protegidas de persianas móviles. A la vez que se crea un circulación perimetral se define un espacio filtro que permite la entrada de luz tamizada creando en su conjunto en espacio que pone en contradicción el espacio de la casa con el entorno más inmediato: la ciudad.

En el último ejemplo de las Viviendas en la C/Compositor J.S.Bach (1958) en Barcelona, Coderch y Valls exploran de nuevo el uso de la persiana cubriendo casi en su totalidad las fachadas del edificio, tanto la que se extiende a la calle como la que se constituye hacia al jardín del patio trasero. Un único elemento de protección constituyendo un solo paño de fachada, hacia el interior unas grandes vidrieras correderas permiten incorporar el espacio exterior a la sala, componiendo espacios ambivalentes potenciados por la forma triangular del voladizo que permite abrir visuales hacia la calle.

En una escala más espiritual encontramos la cultura oriental y en concreto la que proviene de Japón. La arquitectura y el exterior se funden mayoritariamente a partir de la horizontalidad del edificio; este grado intermedio, es el espacio definido en la cultura japonesa como “engawa”, en el que en su definición el interior adquiere la lectura de la prolongación de la naturaleza y desde el espacio exterior, la prolongación del interior.

En esta solución no se interponen obstáculos entre el observador y el objeto: la percepción del espacio, respecto a lo inmediato, es continua y se matiza mediante filtros o recorridos. El plano que define el suelo se eleva preferentemente, aún así desde el exterior se puede entrever algo del interior y desde el interior se lee como una proyección del espacio exterior. Este espacio interfaz se diferencia del exterior y del interior, pero participando de las cualidades de ambos. Este espacio es exterior pero esta cubierto, es interior pero no tiene paramentos que lo contengan. A este nivel este espacio participa de las cualidades de los espacios opuestos (interior-exterior) que en la definición de su equilibrio configuran la definición del todo.

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