Un gato es un gato, aunque no siempre.

Alejandro Pérez García, Granada


Imagen 1. Habitantes de la escollera de Dogón

Probablemente Bernard Rudofsky deba ser considerado un paria; o, si no un paria, porque éste sea, quizá, un término excesivamente rotundo, al menos sí ha de ser valorado, a los ojos del ciudadano del nuevo milenio, como un rebelde. En 1964 ?cinco años después de que el exceso de posibilidades que se abrían ante la Arquitectura del momento llevase a la vieja guardia de los CIAM a disolver definitivamente estos congresos y a concluir que el de 1959, el de Otterlo, debería ser el último de ellos– Rufodsky publicará su gran obra referencial, Arquitectura sin arquitectos, un pequeño libro –poco más de centena y media de páginas? en el que dará la espalda a las inquietudes que habían guiado los procesos de diseño del Movimiento Moderno y sus herederos para centrar su atención en las arquitecturas que se habían venido produciendo a lo largo de los siglos de manera empírica, experimental y ajena a toda la carga y discusión teórica, filosófica y conceptual que algunos de los creadores imbuidos de la praxis del Estilo Internacional llevaban enarbolando desde 1922. Pondrá en relieve, por tanto, mediante escritos escuetos acompañados de una gran cantidad de documentación fotográfica –como debe ser, pues la palabra sólo insinúa lo que la imagen evidencia? algunas de las realizaciones vernáculas más destacables que podían encontrarse a lo largo y ancho del globo terráqueo.

Sin solución de continuidad –pues se trata de un acontecimiento ligeramente anterior en tiempo, de 1960– pero sí evidentemente relacionado con éste hecho, Aldo van Eyck, insigne miembro del Team X –ese grupo de jóvenes arquitectos que irrumpieron en la escena del noveno CIAM, el de Aix-en-Provence, generando una “revuelta conceptual” que llevaría a Le Corbusier a asumir, tres años después, el fin de una era– recurrirá, en el diseño del mat building que es su Orfanato de Ámsterdam, a las estructuras de agregación propias de los poblados Dogón de Mali.


Imagen 2. Secadero en el Pago Bajo de los Nogales de Parra, Purchil, Granada

Mucho más próximas en el tiempo, y no por ello apartadas de esta línea que mira lo vernáculo de manera diferente, son las obras de Diébédo Francis Kéré y de Antonio Jiménez Torrecillas. Mientras que el burkinés hace una defensa constante de los valores de su tierra natal y cómo éstos son llevados a la Arquitectura –pocos hombres hay como él que impregnen de tanta pasión su discurso–, el granadino de adopción, por su parte, reconocía ante sus alumnos haber aprendido todo lo que sabía de tratamiento de luz y de construcción arquitectónica tras haber visitado y estudiado insistentemente los secaderos de tabaco que pueblan La Vega Granadina. Del mismo modo, cuando se planteó qué altura debían tener los bancos de su última obra proyectada, la Estación de Metro del Alcázar Genil –una auténtica catedral subterránea de piedra y tierra–, concluyó, de manera sincera y honesta, que la misma de los pretiles del Mirador de San Nicolás pues, en ningún otro sitio como en aquél, se sentía tan a gusto y cómodo.

Este rápido, somero, selectivo y, quizá, atropellado recorrido que acabamos de hacer por la historia reciente de la Arquitectura pretende sólo poner de manifiesto un rasgo común a estos cuatro creadores: la intuición. Pero no una intuición entendida como una capacidad innata entregada sólo a unos cuantos elegidos por caprichos del destino –que algo de eso también hay– sino asumida como la consecuencia lógica de saber poner la mirada allí donde los demás no lo hacen; y no porque no se tengan los recursos o las habilidades necesarias, sino, con frecuencia, por carecer de interés o voluntad –en la conferencia que Kéré impartió en Granada el pasado 29 de noviembre de 2017, por ejemplo, insistía, a medio camino entre el estupor y la fascinación, en que no entendía cómo los arquitectos y estudiantes granadinos no teníamos a la Alhambra como fuente de inspiración y referencia continua en nuestros procesos creativos–.

La Arquitectura contemporánea –y algunas vertientes del Arte, en general– pecan últimamente, a mi juicio, de exceso de elitismo y tecnificación. El creador moderno necesita sustentar sus invenciones en extensas teorías e idearios que se acompañan de sesudos estudios cargados de esquemas de flujos, matrices de nudos y datos estadísticos. La Ciencia, en ocasiones, toma demasiado protagonismo en una actividad, la arquitectónica y artística, que tiene su esencia en algo tan etéreo, abstracto e inmensurable como son las sensaciones y la emoción. Al intentar cuantificar, graduar y medir cada aspecto posible de la obra se pervierte su naturaleza, se vuelve fría, aburrida y, lamentablemente, pierde gran parte de su interés. No quiero decir con esto que carezca por completo de calidad sino que a mí, personalmente, me atrae menos.


Imagen 3. Casa Rudofsky en Friligiana, Málaga

Recuerdo a un profesor de proyectos que insistentemente nos repetía que “el trayecto que uno recorre a diario de casa al trabajo o la Universidad es la mayor lección de Arquitectura que puede recibir el ojo atento de aquél dispuesto a aprender”. Probablemente en su momento no supe asimilar el poso de verdad que había en esas palabras, pero hoy en día lo veo con claridad. Del mismo modo que un tendero de un puesto callejero, tras haber repetido mil y una veces el proceso de colocar su mostrador efímero ante la clientela, encuentra una lógica interna en la disposición de su mercancía –pues no hay mayor maestro que la experiencia–, los cuatro arquitectos citados previamente recurren a esa misma experiencia, propia o heredada, como guía o bastón en el que apoyarse a la hora de tomar esas decisiones de proyecto críticas que harán que la obra prospere o empiece a deambular por terrenos pantanosos y difícilmente salvables. No es la técnica, ni la Ciencia lo que hace destacables sus obras, sino el hecho de arraigarse en preceptos y prácticas validados por el paso de los años, asumidos como propios por el común de los mortales y fuertemente anclados en la esencia misma del hacer humano.

Defiendo, por tanto, ante un exceso de tecnificación y cuantificación, una Arquitectura basada en la intuición, en la intuición que adquiere aquél dispuesto a deambular muchas veces por los mismos caminos –o a estar atento a las lecciones que han aprendido los que ya los han transitado–; una Arquitectura honesta, humilde, libre de excesos teóricos y profusas proclamas filosóficas. Una Arquitectura que surge del movimiento del lápiz sobre el papel, que nace de unos trazos que parecen no responder a nada más que a la propia fricción del grafito en su deslizar sobre la superficie blanca, casi de manera azarosa, como si la mano que lo guía actuase de forma automática pero que, en realidad, está impulsada por las fuerzas de lo todo aquello que ha sido aprendido y aprehendido con anterioridad y que se pone en práctica –y esto es lo realmente importante– cuando es necesario, sin uno ser realmente consciente de ello. Defiendo, en definitiva, una Arquitectura más esencial, como la de Kéré y Van Eyck, que brota de lo vernáculo y de los aprendizajes de aquellas poblaciones que han depurado, con el pasar de los años, sus asentamientos colectivos; defiendo a un arquitecto que se atreve a abrir los ojos al mundo y a sus posibilidades, que no se encierra ni se ensimisma en la perfección de su obra y sus capacidades, que es rebelde con la moda imperante, que, como Rudofsky, entiende que la Arquitectura no es sólo aquello que sale de los estudios del Star System sino que cada ciudadano puede ser –y, de hecho, es– el arquitecto de su entorno más inmediato; y, por supuesto, defiendo una Arquitectura humilde, honesta, sensible, sensorial y generosa, como así era la del maestro, siempre eterno y ya triste y prematuramente fallecido, Jiménez Torrecillas.



Referencias:
(1) Habitantes de la escollera de Dogón. RUDOSKY, Bernard, en “Arquitectura sin arquitectos”, Editorial Universitaria Buenos Aires, Buenos Aires, 1973.
(2) Secadero en el Pago Bajo de los Nogales de Parra, Purchil, Granada. JIMÉNEZ TORRECILLAS, Antonio, en Tesis Doctoral “El viaje de vuelta. El encuentro de la contemporaneidad a través de lo vernáculo”, Editorial de la Universidad de Granada, Granada, 2006.
(3) Casa Rudofsky en Friligiana, Málaga. The Bernard Rudofsky Estate Viena, recuperada de CENTENO, María, en “El arquitecto que desobedeció a la modernidad”, El País, 7 de octubre de 2013, https://elpais.com/ccaa/2013/10/07/andalucia/1381169770_620539.html.

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