Hemos visitado un país, ya podemos afirmar que lo desconocemos

Carlos Cachón, Barcelona.

En la distancia aquello no es nada. Ni siquiera una mota. Si se tratase de un muro, ni nos percataríamos de su existencia. Es sólo cuando nos acercamos que su presencia crece, que va adquiriendo nitidez, hasta que en un momento dado lo tenemos plantado ante nosotros y entonces podemos afirmar, sí, sin miedo a equivocarnos, que no sabemos lo que es. No era así hasta ese instante. Podíamos, por la lejanía, no advertir de qué se trataba pero desde luego no anticipar si lo que íbamos a encontrarnos lo conocíamos o no.

Análogamente suele actuar lo que denominamos personalidad. La cualidad que nos permite reaccionar de modo opuesto, ante circunstancias idénticas, a como lo haría la mayoría. Ignoramos el porqué de nuestra deriva. Sólo podemos reconocer una diferencia. Que nos empuja a comportarnos de modo distinto. Quizás haya un motivo, una causa oculta. De momento advertimos exclusivamente que para nosotros lo que los otros afirman no es cierto. Que la visión, la posición de los demás, no es la nuestra.

Ocurre así también ante esos grupos de personas que se reúnen desinteresadamente para reconocer una obra ajena. Casi siempre lo hacen para hablar bien de ella. Uno no suele acudir a un homenaje para censurar al homenajeado, salvo que un espíritu retorcido le habite. En eso los grupos suelen conducirse como la telaraña. Allí donde haya una, todas las miradas inevitablemente confluirán en un punto determinado. Con su esquema geométrico focal, su figura atractiva nos atrae inevitablemente hacia el centro. Igual los grupos. Sus líneas actúan como los lazos que ellos tienden. Allí donde tenemos una duda el grupo la despeja, refuerza nuestra fe. Allí donde mostramos una debilidad, el grupo la compensa. Lo que les proporciona un poder al que difícilmente van a renunciar. Atraídos por su dibujo, como en los anzuelos que tejen las arañas, nos acercamos para acabar descubriendo en más de una ocasión que estamos atrapados pegajosamente en sus redes. Allí donde hay un grupo, tarde o temprano, comprendemos que existe una voluntad de coartar nuestra libertad, que, en un momento u otro, nuestras alas se verán inmovilizadas. Sin embargo, frente a ese efecto coercitivo, se alza la posibilidad de disensión. Si existe un consenso que acuerda que las cosas deben ser de un determinado modo, aún tenemos la opción de exhibir nuestra discrepancia. Y no necesitamos ninguna formación para ello. Es una capacidad que reside en nosotros. No importan las palabras de los demás. No importan los decretos firmados. Nosotros podemos afirmarlo bien claro: eso no nos gusta. Vemos algo en la distancia, no sabemos precisar de qué se trata pero, una vez nos acercamos, al menos podemos concluir con total certeza que no tenemos nada que ver con ello.

Y podría parecer que ese oponerse, llevar la contraria, es el auténtico valor de la disensión. Pero quizás estemos equivocados. Nos enfrentamos más bien a un conocimiento, seguramente su gran virtud, que no necesita ser aprendido. Reside en nuestro interior. Si lo analizamos en profundidad tal vez advirtamos que, como las estalagmitas, se ha ido formando con calma, con aportaciones diversas de un lado u otro. Sin embargo se abre paso espontáneamente, sin que seamos capaces de predecirlo, allí donde algo no coincide con el modo que tenemos de ver las cosas. Recordándonos que, no importa la materia de que se trate, siempre hay un amplio conocimiento que podemos adquirir, perfeccionar. Una bolsa de ignorancia que debemos reducir con esfuerzo. Pero también otro de naturaleza opuesta, que no necesita instrucción. Que está en nosotros y desprecia cualquier tipo de experiencia, no la necesita. Que nos permite polemizar y defender un enfoque propio válido ante aquellos que lo saben todo del asunto en cuestión. Que nos concede una aproximación personal no importa el objeto a estudio. Siempre que comprendemos que desconocemos algo al menos poseemos una certidumbre: que eso no lo sabemos.

Desde esa posición, individual, divergente, es posible construir nuevas narrativas, nuevas realidades. Que quizás con el tiempo acaben volviéndose dominantes. Generen nuevos grupos, nuevas telas de arañas. En los que quizás haya quien se sienta molesto, atrapado en ellas. Desde las que, no sin cierta circularidad, es posible que la necesidad de disensión surja otra vez.

---------------------------------índice--------------------------------