Un abrir y cerrar de puertas
François Guynot de Boismenu, Paris.
Shelley Duvall en el film The Shining de Stanley Kubrick 1980
"Si tú sientes el dolor del umbral es que no eres un turista, y el pasaje puede tener lugar" Peter Handke, «el chino del dolor» 1983.
Cuando el niño era niño, mucho tiempo necesitó para poder salir del terror que sentía detrás de esa puerta. Sólo recordaba haberla cerrado. Recordaba también la fuerza que puso en mantenerla cerrada. Fue aparentemente fácil porque no había armas. Pero sí habían muchas palabras, y ellas si pasaban. Como un hacha le exigían el pasaje a gritos.
La luminosa puerta no lo separaba del obscuro corredor, al contrario ésta lo atrapaba. En el umbral el niño sintió que no había ni dentro ni fuera, ni luz ni sombra, ni miedo ni seguridad. Sólo una intensa media luz, una inversión de su mundo exterior al mundo interior, y viceversa, para formar un solo movimiento generado por el terror y la paz que en ese momento lo agredían. El movimiento lo empujo contra la puerta, y el niño no pudo despegarse de ella.
El terror y la paz no se excluían, al contrario, se confundían en su memoria en un solo espacio de embrujo.
Años más tarde el niño, ya no tan niño, pudo recordar el asombro de haberla abierto, la otra, esa maldita puerta a medio camino del estrecho corredor.
Ahí lo vio tendido en la cama a media luz, mitad luz, mitad sombra. Esas dos mismas mitades fueron las que luego lo fijaron a la puerta. Dos mitades de un solo movimiento y un único misterio. Esa fue la primera vez que lo vio.
Desde esa puerta, el niño vivió pasando de un lugar a otro tratando de no golpearse. Sobre todo al pasar por una puerta.
Esta experiencia lo marco y al mismo tiempo le permitió ver las mismas marcas imborrables que estas dos mitades dejaban como estigmas en otras personas y en lugares improbables.
El encuentro más sorprende fue cuando vio las huellas de las dos mitades pintadas por Barnett Newman en su cuadro llamado «The Gate» (1954), en una sala del Stedelijk Museum en Ámsterdam.
A distancia el cuadro le pareció muy simple, una banda clara atraviesa un fondo oscuro dividiendo el rectángulo en dos mitades.
Pero luego pensó que quizás lo oscuro era figura y el fondo lo claro, vio en esta posible inversión un efecto de contraste entre lo pleno y lo vació difícil de fijar.
Luego recordó que Newman había recomendado ver sus grandes cuadros desde más cerca. Avanzó y pudo ver que el fondo oscuro estaba formado por dos colores y no por uno sólo, a su izquierda 50% de un marrón herrumbre y a su derecha 10% de un profundo negro.
Entre estos dos colores la banda clara era 40% de un tenue turquesa. Vio también que la textura del cuadro era fina y que no tenía efecto de materia alguno.
La cercanía del cuadro lo atrapó y vio que la banda que cruzaba el cuadro estaba ligeramente curvada hacia el marrón, creando una discreta transgresión que perturbaba la verticalidad de la composición.
Sintió el poder que tenía esta forma abstracta en transmitirle, sin ninguna referencia al mundo visual, un sentimiento de inestabilidad.
Afrontó el enigma que le presentaba este cuadro llegando rápidamente a la idea siguiente: «Muy inteligente será quien me diga por donde se debe pasar por esta puerta».
La parte clara del cuadro no es la apertura, ni el marrón es un recuerdo vagamente terrenal, ni el negro evoca la finitud.
Al contrario todo aquí es umbral, lugar donde quedarse es posible. Todo es tiempo, el necesario para poder pasar, para poder seguir camino. Y al mismo tiempo la posibilidad de darse vuelta, cambiar de dirección.
No es una puerta que separa sino que une en un solo movimiento una posible inversión, de un mundo exterior a un mundo interior, y viceversa.
Aquí está el estigma de Jano, el dios de las puertas, de los comienzos y el de este fin.
Barnett Newman, The gate (la puerta) 1954
236 x 192 cm, Stedelijk Museum, Amsterdam
---------------------------------índice--------------------------------