Vuelos rasantes
Juanjo López de la Cruz y Ángel Martinez García-Posada, Sevilla
Ilya y Emilia Kabakov. El Palacio de los Proyectos.
“Érase una vez un hombre que trataba de inventar un juego de guerra, cuando había tallado los contendientes, reyes, reinas, soldados, torres, caballos…, harto del derroche de formas figurativas que había empleado dibujó un paisaje abstracto, un territorio donde librar la batalla: sesenta y cuatro cuadrados, la mitad blancos y la mitad negros, cuadrados donde se podían inscribir las figuras talladas. Sólo faltaba asignar a cada pieza un movimiento concreto, eso formaba parte de su idea inicial del juego. Muchas horas empleó en pensar movimientos tan simples y lógicos como su campo de batalla, dejó para el final el desplazamiento del caballo y llevaba horas pensando sin encontrar cómo hacerlo. Maldecía haber creado tantas figuras, no parecía que hubiera más movimientos posibles dentro de aquel territorio nada convencional, había dispuesto desplazamientos horizontales, verticales, diagonales, lentos y rápidos, para el caballo no parecía quedar movimiento alguno. Desesperado aceptó un movimiento extraño a todos los anteriores, ilógico, mixto, poco natural. Será la excepción, pensó, asumiendo su fracaso. Murió inventando historias que justificaran el movimiento irregular de su caballo, nunca supo que había creado una referencia universal de lo imprevisible”.
Juan Luis Trillo. “El salto del caballo”.
Hace unos años en el madrileño Palacio de Cristal se presentó la instalación El Palacio de los Proyectos de Ilya Kabakov, en colaboración con su mujer Emilia. En ella el artista planteaba una visión sobre los sueños y deseos que ayudan al hombre a sobrevivir y trascender la realidad, con la forma de una espiral que entre la ironía y el optimismo contenía visiones para mejorar el mundo. “El mundo se compone de multitud de proyectos, unos realizados, otros a medio realizar y otros que no se han realizado. Todo lo que vemos a nuestro alrededor, en el mundo circundante, todo aquello que descubrimos en el pasado, lo que quizás podrían incluir el futuro… todo eso constituye un mundo de proyectos sin límite”.
Además de en el Palacio de Cristal de Paxton, El Palacio de los Proyectos, se inspiraba en otro referente que cantaba a la ciencia y el progreso, el Monumento a la III Internacional de Tatlin, una suerte de torsión espacial en espiral, variaciones en torno a un listón vertical. La utopía artesanal y narrativa de Kabakov podía ser descrita materialmente como una espiral de dos plantas con estructura de madera y envolvente semitransparente amueblada con mesas, sillas, vitrinas, biombos y paneles. A través de un recorrido por sucesivas habitaciones, sus proyectos ofrecían una perspectiva particular, en cierto modo concreta, de cómo mejorar la vida humana, o el mundo que nos rodea. Ésta es, claro, la base misma de la arquitectura, el empeño que justifica nuestros saltos y nuestra lucha contra la ley de la gravedad.
Aquel extraño caracol luminiscente en el Retiro era un peculiar museo, pero al mismo tiempo transmitía un sentido académico y didáctico. Las salas se agrupaban por temas, y entre algunas surgían relaciones de vecindad en función de algún principio que las fundamentaba, el conjunto formaba una evocadora feria con tres categorías básicas: proyectos relacionados con mejorar la vida de otras personas, proyectos que estimulan la creatividad y ayudan a que surjan los proyectos, y proyectos encaminados a perfeccionarse uno mismo como individuo; se trataba de proyectos nunca realizados, algunos potencialmente viables y otros vibrantes ensoñaciones. En
algún otro lugar hemos defendido que nuestra actitud, de eternos estudiantes e investigadores, debiera ser siempre cercana, entre otras figuras, a aquella exposición de Kabakov; también a la de aquellos primeros saltos sorpresivos de Dick Fosbury, que bien podría haber figurado en la segunda de estas categorías: el atleta, conocedor de sus limitaciones inventó una tipología de salto, la descubrió entre el mar sin límites de los proyectos de saltos, que optimizara su energía y su talento, aprovechara las mejoras tecnológicas –la universalización de la colchoneta– y señalara el camino a otros saltadores más capaces que pronto habrían de superarlo.
Todo ensayo reflexivo sobre el proyecto de arquitectura, así un curso escolar o una revista como ésta, debería compartir este espíritu optimista, su encuadre en esta segunda categoría: un cierto utopismo inocente –ese pleonasmo– que pretende convocar la idea de colección de experiencias de transformación del mundo, y el descubrimiento de que el nuestro es un universo de proyectos ilimitado.
El juego plurisignificante de Kabakov encerraba un ejercicio de viaje a través de las escalas –como esta edición lo hace a través de una imagen convocante– desde una domesticidad precaria –la colchoneta para mirar ilustraciones, el agujero en el suelo de la habitación, la cesta de mimbres con mensajes, el escritorio con lápices y cuadernos– hasta la ensoñación de las estrellas –la distribución equitativa de la energía planetaria, una geografía inventada de árboles y rocas, una nueva topografía para el mundo o la exploración de la noosfera–. Su trabajo pretendía expresar, la fértil interacción entre el arte y la vida. En uno de los proyectos, titulado Un vuelo rasante, llegaba incluso a esbozar la posibilidad de inventar otra forma distinta de saltar, sobre un pequeño bosque de listones metálicos, aprovechando un imaginario campo energético.
Aquellos proyectos se presentaban con maquetas y dibujos, todos ellos, además, eran referidos a través de memorias sugerentes organizadas como hermosas narraciones para personajes reales ficticios de nombre y profesión citados, pasajes redactados repletos de ideas resonantes, y seguidos de una lista concreta de instrucciones y materiales, con un conseguido tono entre la receta de cocina, la práctica de laboratorio, la guía de montaje de artículos para el hogar, el enunciado de un problema docente o nuestra inevitable medición con partidas y epígrafes.
Ilya y Emilia Kabakov. “El rincón de los proyectos”. El Palacio de los Proyectos
En alguna ocasión hemos ensayado con nuestros alumnos algunos microejercicios que construyeran proyectos para tipologías inventadas, un curso ya lejano lo hicimos a propósito de un hipotético refugio para el funambulista Philipe Petit –un personaje cercano al heroico Fosbury en su danza en las alturas– y en coherencia pronto lo haremos con el propio Fosbury. El catálogo de proyectos de Kabakov puede leerse como una secuencia apasionante y febril de tipos inventados, como lo era ya uno de los trabajos más conocidos del mismo artista, 10 personajes (1981-1988). La lista completa de enunciados del palacio de Kabakov está repleta de lemas potenciales, una habitación que alza el vuelo, un encuentro con el pasado, un viaje nocturno, un encuentro con un ángel, una suite de músicas del mundo, una ciudad-palacio del futuro, la organización de las nubes, o el condensador título paradigmático del propósito del conjunto, el rincón de los proyectos. Todo proyecto, proclamamos a menudo, ha de fundar una tipología, virtud esencial de la acción que se ejecuta como por primera vez (esencia metafórica y ejemplar del gran salto de Fosbury).
Hay en las narraciones de Kabakov un tono nostálgico y de dulce ironía de aquella Rusia que peleaba por la conquista del espacio con el imperio americano. Acaso Fosbury pudo haber sido uno de aquellos personajes que compusiera Kabakov; y El Lissitzky uno de los protagonistas de aquellas memorias expuestas en el Palacio, también otro de aquellos diez personajes, tal que así: el hombre que soñó con un proyecto imposible, el hombre que inventó un nuevo edificio, el hombre que deliraba proyectando, por usar títulos a la manera chejoviana, tan del gusto de Kabakov, o nuestro; el hombre que pensó en un edificio que saltara hasta que las nubes se
apoyaran en él. Entre todas las historias arrebatadas de creadores en busca de un proyecto, la del artista y arquitecto soviético, saltando de la imaginación a la realidad como Hans Castorp en La montaña mágica, dando una forma a su estructura entre las nubes, la trayectoria que superara el horizonte urbano ruso, siempre nos ha parecido de las mejores.
Ante su enfermedad el creador ruso hubo de ser internado dos años en un sanatorio suizo, donde llegó a extirpársele parte de un pulmón. Es allí donde desarrolla su proyecto visionario que, como la revolución que pretendía disolver lo sólido en el aire, trataba de desafiar las leyes, alcanzar el anhelo de volar venciendo la gravedad. En aquella cura de reposo de 1924 a 1926 en el sanatorio de Prione entabló amistad con el ingeniero suizo Emil Roth, que también había estado convaleciente de tuberculosis, y fue conquistando cierta verosimilitud geométrica para su sueño. Lissitzky dibujó varias versiones del proyecto a distintas escalas. El apoya-nubes, título kabokoviano, era para Lissitzky un puente entre el arte y la arquitectura, como los Proun, apócope de Proyecto Nuevo (¿no es también un pleonasmo?), concebidos como “intercambiadores entre la pintura y la arquitectura”.
Ilya y Emilia Kabakov. “Encuentro con un ángel”. El Palacio de los Proyectos.
Quizás alguien podría tomar los cuadros de El Lissitzki por las plantas de la arquitectura que le fue negada, él mismo aconsejaba exponer los proun horizontalmente para que se tomaran por las plantas de los edificios que ni siquiera proyectó, apuntes del territorio de los proyectos sin límite. Otro hallazgo de su edificio entre las nubes fue una cierta inversión del orden natural de horizontales y verticales, como el mismo Pollock, otro héroe americano (los expertos señalan que la relevancia del método revolucionario de Fosbury se encontraba en el descubrimiento de la máxima eficacia en el aprovechamiento de la velocidad horizontal para potenciar la
velocidad vertical, y de este modo, subir más).
En la dialéctica del arte de vanguardia la espiral es una geometría de resonancia, la homotecia del progreso hacia delante. En la lectura ampliada de una visión instantánea podría estar extendiéndose o plegándose, y así, vendría a condensar otra característica indisoluble del proyecto: saltamos continuamente hacia delante y atrás, iteración experimental de incertidumbres y críticas. Los proyectos de Kabakov, de intitulación hermosa y excitante, se expandían en múltiples direcciones. En una escala menos estelar, y en nada competitiva, es esto mismo lo que reclamamos en nuestra labor docente, investigadora o profesional: cada saltador habrá de llegar a otro lugar, el arte, al fin, es un desplazamiento de esta índole, con caminos nuevos, movemos cosas de un sitio para otro y dibujamos movimientos en torno a ciertos listones; nos conmovemos para llegar de un punto a otro, y en el vuelo, hacernos
mejores y hacer mejor el mundo.
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