De lo universal e ideal,
a lo local y común.
Rubén Paez, Barcelona
“La horma es una copia abstracta en madera del pie humano. Una de sus funciones es sustituir el pie durante la confección del zapato para actuar como superficie de trabajo en la que los fragmentos de piel lisos puedan adquirir forma plástica.
La segunda función consiste en reflejar la orientación de la moda y los requisitos estéticos; es decir, mostrar una forma perfecta, como el modelo de zapato elegido. Durante los últimos cien años, la moda del calzado no ha sufrido variaciones extremas. Existen unos pocos modelos básicos que se diferencian entre sí por la forma, el corte de la parte superior y en los elementos ornamentales.”
En esta segunda función de las hormas encontramos una analogía que nos sirve para explicar la génesis y la difusión del Movimiento Moderno en la arquitectura, entendida ésta como la corriente o tendencia universal que arranca de las vanguardias europeas de principios de siglo y que establece los puntos básicos de una nueva arquitectura ideal para la modernidad.
La primera generación afirmó como ideal de la arquitectura moderna aquella en al que prevalecía una imagen pura y abstracta, una tendencia cercana a la máquina en la que el hombre se convertía en otro elemento más del diseño y aparecía como centro de una organización que debía resolverse de una forma anónima con un lenguaje de mínimos.
Lo universal e ideal fue el inicio de una simplificación de la arquitectura que muchos rechazaron, reivindicando a la arquitectura una función expresiva, aquella que representaba los valores simbólicos de una sociedad, la del hombre común por encima del ideal. Los cambios en las tipologías formales aparecidos en el movimiento moderno evidenciaron la huida que muchos arquitectos en los años 40 y principios de los 50 hicieron de la armonía racionalista, funcionalista, en definitiva de aquella relacionada con la estética de la máquina.
En la historia de la arquitectura ésta siempre se ha redirigido buscando modelos que la definieran y que la legitimaran. La universalidad que promulgó el Movimiento Moderno enseguida chocó con la incapacidad de transmitir significados y valores simbólicos de los que la arquitectura siempre se había servido. El Movimiento Moderno intentó resolver todo tipo de arquitectura con un solo lenguaje, el funcionalista: escuelas, iglesias, museos, viviendas evocaban estéticas más cercanas a oficinas, fábricas… La modernidad se identificaba con una cultura instantánea, caracterizada por términos y ciclos rápidos, materializados en la construcción de entornos cada vez más artificiales a través de la arquitectura y del diseño industrial. Se manifestó una despersonalización de la ciudad, y una estandarización de todos los estadios que comprometían al arquitecto con la arquitectura.
La arquitectura actuó como un recurso de producción industrial basado en modelos y series, que de acuerdo a la evolución de una sociedad de consumo, creció en base a la demanda. La arquitectura ligada al progreso tecnológico encontró en el mito del bienestar su objetivo, sin pensar que muchos otros objetivos de la arquitectura estaban quedando apartados.
El programa de la arquitectura moderna se convirtió en un atributo basado en el propio sentido práctico de una sociedad que abogaba por modelos ideales fugaces. El distintivo de la arquitectura desapareció y su lenguaje se basó en convertir todo lo que ella conllevaba en algo anónimo y repetido. De esta exaltación por la monotonía surgió la falsa sensación de libertad, dado que esta se convirtió en una simple ilusión. En el objetivo de la arquitectura de devenir modélica y universal Mies se refirió con estas palabras en las que exhortaba las veleidades del modelo ideal por encima del concreto:
“No comparto en absoluto la idea de que un edificio concreto deba tener un carácter particular. Pienso que ha de exhibir un carácter universal determinado por el problema global que la arquitectura debe luchar por resolver.” (1)
La ortodoxia del Movimiento Moderno se culminó en 1932 con la Exposición “The International Style” en la que el crítico Henry-Russell Hitchcock y el arquitecto Philip Johnson intentaron reunir en el MOMA de Nueva York 70 obras de arquitectura en las que el denominador común era un estilo moderno e internacional. Esta visión norteamericana de la arquitectura global reducía su visión a la forma y a un lenguaje, excluyendo nuevas metodologías en la ejecución de la arquitectura.
La implantación de un estilo único fue el punto de inflexión hacia un nuevo planteamiento de la modernidad, en la que la revisión del Movimiento Moderno estaba más allá de definir un estilo único y universal sino en ampliar las respuestas a las sociedades más allá de dotar de una respuesta más que funcional. En este sentido la evolución que se hace de la concepción de la arquitectura moderna sugiere el paso de la resolución de las necesidades del hombre ideal a la resolución de las necesidades del hombre común, aquel posicionado en un lugar, con unas circunstancias propias, alejadas de los estereotipos a los que la arquitectura moderna quería llegar en un inicio.
Ante esta situación el posicionamiento general de la arquitectura sugería por un lado la continuidad de la ortodoxia del Movimiento moderno y por otra poner énfasis a la crisis de la modernidad. Esta segunda posición evocó un cambio cualitativo de la arquitectura, apareciendo nuevos repertorios formales y definiendo arquitecturas mucho más relacionadas con la idea del lugar. La universalidad se combatió con lo específico y con lo local, recuperándose formas de la arquitectura vernácula, aquellas que reunían las condiciones esenciales en referencia a la belleza.
Uno de los protagonistas de esta revisión formal será J.A. Coderch, en el contexto mediterráneo éste apostará por una fuente de inspiración recogida en la arquitectura popular, una arquitectura que combinará la herencia constructiva catalana con las formas arquetípicas de la modernidad. Una arquitectura instalada en el lugar con respeto, discreción, y materialmente inspirada en la tradición, una preocupación por la arquitectura como obra integral y total.
Sobre el paradigma de la arquitectura y los problemas que la acontecían J.A Coderch se refiere con estas palabras:
“Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que ineludiblemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino que haya de seguir la mayoría de los arquitectos. A falta de esta clara tradición viva, y en el mejor de los casos, se busca la solución en formalismos, en la aplicación de metodologías de moda o en la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, olvidando sus errores y prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo, ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de capacidad de reflexión), nuestra ambición y nuestra ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condenarse en slogans como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social, lo político y tantos otros. Una base forma y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros, sin olvidar la Historia y su antigua sabiduría.” (2)
En otro contexto europeo, se acentúa el factor del clima o la topografía por encima de utilizar un modelo universal. Alvar Aalto como heredero y seguidor del Movimiento Moderno abanderará una posición en la que el regionalismo y el lugar tendrán un factor determinante. La dureza del clima y la fuerte influencia del medio natural del norte de Europa, actuaran como factor clave en la definición de una arquitectura más adecuada al hombre común que al ideal, dotando de una gran importancia a la escala humana y psicológica de la arquitectura.
Pero sin duda el cambio definitivo en el paradigma de la modernidad se establece en los años 60 con la aparición de nuevas metodologías de proyecto. Estos nuevos procesos establecerán las bases de una nueva era que consideraran al Movimiento Moderno un hecho obsoleto y decadente que ha entrado en crisis. Los valores simbólicos, culturales e históricos volverán a tener relevancia, por encima de los valores funcionales. La arquitectura volverá a expresar funciones secundarias, aquellas que habían perdido su validez en beneficio de la abstracción. Robert Venturi proclama la constatación de que el hombre se sirve de símbolos como necesidad para iniciar un tiempo nuevo correspondiente a un estilo nuevo. El hombre común no se ha correspondido al hombre ideal de la modernidad, no ha asumido el anonimato, la abstracción de la arquitectura que habita, aquella que ha perdido su dimensión pública y aquella que demanda usar el símbolo y la historia para conectar con la gente.
(1). David Spaeth. Mies van der Rohe Ed GG (2). Discurso de ingreso en la Real Academia de Sant Jordi bajo el título: Espiritualidad de la arquitectura. Ilustraciones por orden de aparición: Secuencia película Mon Oncle (Jacques Tati), Casa Ugalde (J.A Coderch y Manuel Valls), Sanatorio Paimio (Alvar Aalto) y Casa Vanna Venturi (Robert Venturi)
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