La ruina

Rubén Páez, Barcelona

A lo largo de nuestra historia como arquitectos se ha podido atestiguar una relación muy estrecha con aquello que ha permanecido inalterado al paso del tiempo, con aquellos vestigios que han permanecido incólumes como fragmentos de la memoria. La ruina como pérdida, destrucción, decadencia ha influido y ha servido como punto de reflexión y desarrollo a la historia de la arquitectura.

El gran maestro de la arquitectura romana, Marco Vitrubio ya en el siglo I a.C reflejó el valor de la ruina en sus tratados de arquitectura recogidos en su obra póstuma “Los X libros de Arquitectura”. Los romanos como uno de los imperios más grandes y longevos alcanzaron sus conquistas gracias a unos métodos constructivos aplicados allá donde se produjeran las conquistas. Los romanos levantaron murallas, calzadas y edificaciones utilizando las mismas técnicas y procesos constructivos, siguiendo una sistematización, sólo rota cuando las técnicas de los lugares conquistados pudieran demostrarse más eficaces. Vitrubio nos recuerda que la práctica, la teoría y la cultura deben ir de la mano. En este sentido, convierte en admiración la visión que se tenía de los constructores de las antiguas ruinas romanas.

A través de los tiempos, cada época ha evocado un determinado significado a la ruina. El renacimiento sirvió para que se estimularan las retrospecciones y excavaciones de las ruinas romanas, para comprobar siguiendo las obras de Vitrubio las técnicas y las resoluciones formales de las obras romanas. En la pintura del renacimiento, la representación de la ruina está vinculada a la escenificación del nacimiento de Jesús. Los acontecimientos del antiguo testamento tuvieron lugar en las ruinas de un templo antiguo, este hecho ejemplifica como el mundo pagano romano había entrado en decadencia y el cristianismo se había impuesto como religión del estado.


Monsú Desiderio

En los siglos XVII y principios del XVIII las ruinas son, sobre todo, un ingrediente de la pintura paisajística. De esta etapa destaca Monsú Desiderio, pintor francés que evocaba la ruina combinada con la destrucción de la arquitectura de la ciudad. Vistas urbanas imaginarias que mostraban edificaciones en ruinas o en el proceso de decadencia. En el significado de la obra de Monsú Desiderio encontramos la fragilidad de la arquitectura frente a la naturaleza, una inconsistente arquitectura simbólica que la hace tan evanescente como una simple gota de agua.

Durante la primera mitad del siglo XVIII aparece una nueva visión de la ruina. El positivismo empírico que está introduciéndose en la ciencia, pretende tener un punto de vista más racional y pragmático considerando la ruina como el vestigio de un periodo histórico preciso, y como tal capaz de transmitir conocimientos mediante su estudio. Como consecuencia de este nuevo posicionamiento aparecen los primeros tratados, en referencia a la naturaleza de la ruina, y nace la arqueología como actividad científica.


Templo de Antonio y Faustina. Giovanni Battista Piranesi (1720-1778)

Durante el Romanticismo la ruina se revindicó como nexo de unión con el pasado, simbolizando la imagen del imposible retorno. La fascinación nostálgica por el pasado, por las edificaciones antiguas y también por la fugacidad que ejercía la naturaleza y el tiempo como fenómeno destructor de esa propia arquitectura. La decadencia representa la alteración de las normas establecidas, aquellas que no pueden combatir el poder destructor de la naturaleza.

Giovanni Battista Piranesi como antecesor de los románticos, fue una gran influencia en la que los dibujos evocaban sueños y pesadillas en unas ruinas, en las que la belleza es la muerte, la destrucción, y por tanto la ruina en si misma es bella.

El siglo XX supone el éxtasis de la destrucción, la ruina arquitectónica y la violencia en manos del poder destructor del hombre. Las ruinas son el testimonio de unas guerras que convierten la destrucción en un espectáculo. La ruina estática que nos precedía en el tiempo se convierte en la destrucción dinámica, aquella que se puede retransmitir por televisión.


Edificio Mostar. Guerra de Bosnia

En este proceso histórico la ruina deambula en todos los ámbitos, aquellos propios de la imaginación y aquellos propios de la realidad en los que el espectador habita. Por tanto sueño y realidad se funden convirtiendo en un escenario ilimitado la destrucción. Aunque parezca que las ruinas tengan un sentido racional, su valoración debe ceñirse a un significado en esencia estético. Si la arquitectura constituye un proceso cuyo contenido de belleza se complementa con el científico o técnico, las ruinas tienen la capacidad de devolver a la naturaleza el equilibrio que se produce cuando esta interactúa con el objeto arquitectónico. En esta interacción prevalece en un mayor número de ocasiones la naturaleza sobre lo construido. La aparente invocación a la destrucción a través de la naturaleza puede convertirse también en una nueva invocación a la vida. La ruina se altera y en su proceso cambia, adquiriendo el valor propio del vestigio, aquello difícilmente inalterable en su esencia.

Nuestra percepción de la belleza en la ruina proviene de una impresión subjetiva, fuera del ámbito de la realidad. Nuestra contemplación debe ser exclusivamente estética, aquella que defendía el filosofo Kant, aquella exenta de finalidad, por tanto exenta de significado, aquella que nos permite liberarnos de prejuicios e intereses. Si de la contemplación de la destrucción no liberáramos su significado sólo nos quedaría el vacío de aquel que sueña su propia ruina como civilización.

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