Una promesa*
*La minimización de lo superfluo.
Carlos Vilar, Tenerife
Siempre me han fascinado los artistas en los que se percibe el compromiso con la transmisión de un mensaje o ideal concreto. A menudo sus obras trascienden lo puramente decorativo buscando ir más allá del momento del disfrute estético por parte del espectador de la obra. El verdadero artista construye al sujeto de su Obra, le hace partícipe de la misma, para que sea él mismo quien la someta a juicio y la traduzca en experiencia propia. La obra de arte entendida como síntesis de grado cero que da lugar a una interpretación individualizada no efímera, que perdura.
A menudo, estos artistas recurren a la minimizacióndel lenguaje a través del cual se produce la pieza, reduciendo al máximo lo superfluo y renunciando a la representación del mundo tal y como lo miramos – existen diferencias entre el ver y el mirar -. El motivo de la existencia de este tipo de arte se debe a la necesidad del artista de encontrar una materia inicial o primigenia, sensorial y comunicativa, que es generadora de una experiencia “real” . Estos artistas por tanto no interpretan la realidad existente…Buscan desnudarla y desvelarla, mostrarla como si antes hubiera estado ausente. Reaccionan por tanto frente a la proliferación de lo superfluo en la comunicación, nos enseñan lo que significa el gozo estético. Por ello se reducen los elementos del lenguaje. Para llegar de manera certera a comunicar una verdad esencial.
Pero esta minimización no es posible como un fin en sí mismo. Sólo se llega a ella tras una búsqueda o viaje laborioso, trabajando en la esencia de lo sensible. Estos artistas reflejan dicho ideal minimizador a través de su arte, y nos aportan a la vez un componente didáctico y ejemplarizante. Suponen una declaración de intenciones, sólo para quien sepa leerla y traspasar la primera percepción.
Un caso ejemplar y prematuro de comunicación simbólica - en la que el lenguaje es sólo una herramienta - es el conjunto de grabados “Treinta y Seis vistas del Monte Fuji” de Katsushika Hokusai.
La Gran Ola de Kanagawa.1830-1833
La Gran Ola de Kanagawa –su obra más célebre- supone el momento de culminación de toda una vida de perfeccionamiento de un lenguaje de comunicación propio, basado en la minimización del esfuerzo. Podemos apreciar en esta obra no sólo una técnica de representación y una composición únicas, también una carga simbólica en cada detalle. Desde la espuma que se asemeja a un conjunto de garras amenazadoras, la similitud de la silueta del monte Fuji con la ola del primer plano en un juego de escala insolente, la congelación de un instante de incertidumbre que hace preguntarse al espectador por un incierto desenlace….
“A la edad de cinco años tenía la manía de hacer trazos de las cosas. A la edad de 50 había producido un gran número de dibujos, con todo, ninguno tenía un verdadero mérito hasta la edad de 70 años. A los 73 finalmente aprendí algo sobre la calidad verdadera de las cosas, pájaros, animales, insectos, peces, las hierbas o los árboles. Por lo tanto a la edad de 80 años habré hecho un cierto progreso, a los 90 habré penetrado el significado más profundo de las cosas, a los 100 habré hecho realmente maravillas y a los 110, cada punto, cada línea, poseerá vida propia”
Katsushika Hokusai
¿No son acaso estas palabras una prueba de la necesidad del artista de mostrar la verdad – la esencia – del mundo visible?
Con el aperturismo de Japón a Occidente llegó el “Japonismo” - a finales del siglo XIX – y los occidentales vieron una oportunidad de reducción del lenguaje en el arte y en la arquitectura. De reducción de lo superfluo. Claro que sólo algunos artistas supieron utilizar el verdadero espíritu del arte Japonés, pues a menudo la sociedad burguesa se apropió del mismo como si de un instrumento de distinción se tratara. Esto fue explotado en el campo de la publicidad y transmitido a las masas, adoptándose un modo de representación directo y eficaz en la comunicación visual.
Otra vista del monte Fuji de Katsushika Hokusai.
Un ejemplo de minimización del lenguaje -en auge durante la segunda mitad del siglo XX- es el Informalismo Gestual. A pesar de la apariencia fortuita de su factura, hay algunos ejemplos en los que se pueden ver señas de búsqueda y meditación que van más allá de la aportación de cierta “frescura visual“. Ciertas piezas fueron generadas pacientemente en la práctica.
Estos artistas – Hans Hartung y Karl Otto Götz están entre los más destacados por la calidad de su trabajo - persiguen un nuevo lenguaje de comunicación apoyado en una casualidad controlada de dudoso equilibrio y hacen de la abstracción un ejercicio de narración lírica en movimiento. En particular me parecen fantásticos los trabajos monocromáticos de ambos artistas.
Karl Otto Götz. Sin Título. Gouache sobre Papel. 1960
Karl Otto Götz. Torden
Hans Hartung. Sin Título. 1955
Hans Hartung. Sin Título. 1953
Hartung en el último año de su vida produjo 360 lienzos. Los rociaba con un aerógrafo desde su silla de ruedas con la ayuda de dos asistentes. Para algunos críticos supone sin duda la prueba del declive de su capacidad como artista.
Hartung con un rociador.
Foto: André Villers. Fundación Hartung-Bergman
Durante la década de los setenta, tras el Expresionismo Abstracto y el Informalismo, surgen nuevos grupos artísticos que prosiguen la búsqueda de un nuevo lenguaje en el arte a través de la minimización. Uno de los artistas más sugerentes de la década de los sesenta y setenta es Christian Megert, artista perteneciente al grupo Zero. Al ver una obra de Megert constatamos una vez más la preocupación por la búsqueda de un simbolismo más allá de la imagen final. Megert es capaz de crear una cuarta dimensión participativa a través del uso inteligente de los materiales que tan sabiamente utiliza. En sus Objetos cinético-lumínicos – cajas de metal con Neones, espejos y vidrios - podemos ver un dialógo fascinante entre la reflexión y la luz, diálogo que se diluye controlado por el propio artista y que hipnotiza al espectador.
Christian Megert. Madera, metal, espejo, tubos de neón. 1971.
Otro claro ejemplo de clarividencia en la minimización del lenguaje artístico es el caso de Pablo Palazuelo. Se trata de uno de los artistas que más me han interesado y me interesan. En su obra se perciben por igual complejidad, aleatoriedad, y equilibrio. Ha construido un lenguaje propio como pocos. Su obra tiene la capacidad de penetrar la parte sensible de nuestra percepción y mostrarnos un refugio peculiar y único.
Pablo Palazuelo. Música I. Litografía. Año 1978
He aquí un extracto de su pensamiento, palabras del mismo Palazuelo siendo entrevistado en un reportaje de Televisión Española, refiriéndose a la superficialidad con que miramos las cosas:
“ El ojo mira y no ve necesariamente. Muchas veces se ve a mucha gente que mira lo que hay alrededor y no se entera de lo que está mirando. No ve lo que está mirando. Entonces hay una diferencia entre el mirar y el ver que ya es indicadora de algo que va más allá de la pura visión sensual del sentido de la vista. Esa es la imaginación. La imaginación visionaria no es una denominación gratuita. Es que la imaginación ve.”
Pablo Palazuelo. Silvarum/Varia I. 1986
Actualmente cada vez nos cuesta más a los aficionados al arte reconocer aquellas obras que parten de una premisa “minimalista” a priori – y por tanto vacía de reflexión y meramente decorativa - de aquellas obras que realmente nos aportan un refugio de reflexión frente a lo superfluo del mundo que nos ha tocado vivir. Probablemente la reducción del lenguaje a la hora de producir una obra (artística, arquitectónica, etc…) no debiera ser un fin en sí mismo. Los artistas aquí presentes dan ejemplo de ello.
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