Contenido ausente, múltiples desenlaces

Rubén Páez y Joan Arnau, Barcelona - Girona

Hay imágenes que nos dicen más de lo que nos muestran, son imágenes que estimulan el pensamiento, nos activan la imaginación, nos sugieren, insinúan o nos plantean preguntas, enigmas o suposiciones. Son imágenes empáticas, ya que incitan a la participación afectiva o emotiva del espectador.

En estas imágenes su mensaje no está escondido en lo que no vemos, sino que existe gracias a esta incógnita, que provoca múltiples significados, tantos como miradas.

Esta capacidad sugestiva de algunas imágenes, se basa en la síntesis expresiva, a la reducción de los mínimos gestos imprescindibles, y a la renuncia de lo explícito apelando a la imaginación del espectador.

Lo que tiene realmente importancia es la capacidad de admitir múltiples interpretaciones, sin ser impositiva. Cada mirada puede apropiársela, hacérsela suya, incorporando sus fantasías, multiplicando sus posibilidades.

Entender las imágenes como este denso instante congelado, nos remite inevitablemente al pintor Edward Hopper, célebre por sus retratos de la soledad en la vida contemporánea norteamericana, construyendo las escenas a partir de un contenido ausente, originario de su interior pero apropiable por cualesquiera que sea su observador.

Son imágenes que prescinden de lo irrelevante para que nos podamos concentrar con lo que no se nos muestra. Todo se dispone para trasportarnos hacia aquello que no está pintado. Los protagonistas se han parado en un instante de reflexión, ¿Qué pensamiento los ha paralizado? ¿Qué significa el paisaje que miran fijamente?

Hopper prefiere los múltiples desenlaces que le darán los espectadores contra la determinación de la acción que provocaría una representación más explícita.


Los espacios interiores que representa se llenan con la evocación de sus personajes, son únicamente el soporte en el que, sólo la luz acompaña el misterioso pensamiento de sus habitantes.

En las imágenes de Hopper se intuye una arquitectura del instante, una arquitectura en la que su lectura debe producirse desde el plano subjetivo, aquel que puede completar el contenido de la imagen y su significado.

La representación arquitectónica como expresión artística implica un contenido que abarca el plano descriptivo del objeto arquitectónico, pero también abarca el propio significado, aquel que se mueve entre lo abstracto i lo subjetivo. Y es en esta transición del contenido abstracto al subjetivo dónde la imagen arquitectónica obtiene un mayor grado de seducción.

La obra arquitectónica como tal no sólo implica una imagen, detrás de la imagen existe un contenido, que requiere de una interpretación, si tras la imagen no se hubiera de interpretar nada todo su contenido carecería de significado. La comprensión configura las diferentes miradas, las distintas formas de acercarse, aquellas que constituirán su propio contenido.

La mirada interpretativa de la arquitectura se ve condicionada por muchos factores, esencialmente sociales, culturales y subjetivos, aquellos que hacen referencia al espectador. El posicionamiento del espectador repercutirá ineludiblemente sobre su visión de las imágenes.

La mirada personal implica una libertad de pensamiento ante la arquitectura que se observa. El espectador interpreta la imagen de una manera propia, personal, la propia mirada incita al deseo de esclarecer el significado más profundo de la imagen. Las imágenes en arquitectura interpelan de distinta manera al espectador presentando un cierto grado de seducción ante aquello que se observa.

La fotografía de la Rinconada en la urbanización Punta Ballena en Uruguay, del arquitecto Antoni Bonet y Castellana, tiene una capacidad similar de sugerir, apelando a aquellos espacios arquitectónicos que no se imponen sino que están al servicio de todas las interpretaciones posibles, y activan nuestro pensamiento, imaginándonos como los habitaríamos.


Son espacios que no sólo son aptos para ser habitados de manera distinta, sino que al verlos nos transportan inevitablemente hacia una escena vital y se convierten en la escenografía de una acción imaginada. Son espacios que no condicionan sino que posibilitan, indican la voluntad y el deseo, en definitiva insinúan.

Otro ejemplo que representa la arquitectura como instante o imagen congelada es la obra que evoca la fotógrafa alemana Candida Höfer. Según la propia artista el espectador tiene la última palabra al contemplar la obra.

La obra fotográfica representa la observación de las sociedades contemporáneas con una estética fría con una gran precisión técnica. Para captar y congelar estos instantes en estos espacios utiliza puntos de vista que crean grandes perspectivas fugadas, espacios que evocan el vacío, un instante previo a acoger la presencia de sus ocupantes, una escena que generalmente el espectador deberá rellenar con sus propias experiencias.


La artista nos aproxima o nos deja entrever la vida i manera de habitar aquellos espacios congelados, pero es la imaginación del visitante la que acaba llenando el vacío. El instante congelado permite una visión analítica del espacio pero también sirve para reconocer las propias sensaciones creadas por el espacio. Una imagen marcada por la ausencia del hombre, hecho que no impide captar su presencia a través del propio espacio del que es protagonista.

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