Casas de brujas

María Pancorbo y Pablo Twose, Barcelona


El bosque


El arquitecto Glenn Murcutt vivió toda su infancia atemorizado por el bosque al anochecer. Su familia vivió, entre 1937 y 1942, aislada en la selva de Papúa Nueva Guinea, los “vecinos” mas próximos se encontraban a 15 Km mientras que el correo llegaba por aire. La selva era la frontera entre su casa y el mundo salvaje de los “cucucuta”. Una tribu de hombres, de poco más de metro y medio, que practicaban el canibalismo, y mantuvieron en vilo a la población europea de la isla.

“… ellos mataron a un hombre alemán y se lo comieron, (…) Nos lo dijeron cuando éramos muy pequeños…Teníamos mucho cuidado, nuestros ojos siempre abiertos, teníamos que observar, oler, oír; los sentidos estaban muy desarrollados, muy atentos, casi como animales salvajes…desarrollados para la supervivencia” (1)

Ese temor atávico al bosque y a la oscuridad ha sido siempre el contrapunto de todo asentamiento “urbano”. El bosque como lugar prohibido, habitado por bandidos, proscritos, y brujas; la frontera del miedo. La arquitectura se ha construido como una fortaleza, una nítida frontera trazada con sólidos muros o estancas urnas de cristal.


La ciudad


La familia de Murcutt llegó a Australia después de la invasión japonesa a Nueva Guinea en 1942, encontraron allí un mundo opuesto: un mundo de blancos, controlado y seguro, un mundo sobreprotegido. En esta nueva vida la música se convierte la gran pasión de la familia, tanto, que llegan a tener 7 pianos.

“Encontré silencio saliendo de la casa, sentado cerca de un arbusto, dónde podía dibujar y pensar tranquilamente. Ese fue realmente mi sitio de reclusión” (1)

En el mundo occidental las tornas se han cambiado. El bosque se ha convertido en el paisaje soñado que la vida sedentaria a desterrado, nuestra válvula de escape. Aquellos sentidos de “animal salvaje” se han desgastado en la ciudad, Un rumor constante lo envuelve todo sin resaltar nada. El bosque en cambio permanece en silencio.


¡ No bajaré nunca más!


Con este grito le anunciaba Cosimo a su padre, el barón de Rondo, que a partir de ese momento no volverá a pisar el suelo comenzando así una nueva vida en los árboles, dejando atrás la acartonada y rígida vida de su noble familia. Con esta premisa comienza “El barón rampante” de Italo Calvino.

Y es que habitar el bosque es, más que nunca, un acto radical. “todo desde allá arriba era distinto…” (2)

Los encuentros de Cósimo con la naturaleza son físicos y en primera persona, la lluvia, el viento sobre su cara, la áspera corteza de los olivos, los zumbidos de los abejorros que sobrevuelan la higuera , sus ramas traicioneras, La inmensidad y pesadez de los nogales, la acogedora morera etc…

Los sentidos se despiertan ante la incapacidad de la vista para ver el bosque más allá de los árboles. El equilibrio, el tacto, el sonido guían sus pasos entre la fragilidad de las ramas. Allí dónde la naturaleza no le es suficiente, Cosimo construye, mediante cuerdas, poleas y tablones: puentes, refugios, hamacas, depósitos de agua, hornillos de leña, una extensa red de extrañas construcciones que se difuminan por el bosque y que van creciendo junto a éste.

"Todos los cambios (…) proceden de un problema que ha identificado, o una observación que ha hecho." (3)

“ha llegado a conclusiones a través de su vida en el lugar, día tras día. Sus decisiones son corporales”(3)


Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado en los árboles.


“estar todo el día apuntando, esperando que llegue un pinzón, a la larga aburre”(2)

Por este llano motivo Cosimo recupera algunos de sus antiguos libros y comienza una nueva afición que no dejará nunca: la lectura. Horticultura, apicultura, manuales de todo tipo que pondrá en práctica en su día a día llegando a ofrecer sus conocimientos al pueblo, volviéndose útil a la sociedad. Poco a poco, libro a libro, Cosimo va perfilando en su cabeza una civilización utópica en las alturas de los árboles, llegando a escribir un Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado en los árboles.

Cosimo vive en una extraña armonía entre el bosque y la sociedad, una vida donde la frontera entre la naturaleza y la civilización no es abrupta, ni siquiera gradual, es inexistente. Un mundo que se abre a los estímulos, que teje una compleja red de conexiones, sin jerarquías, abierta y sin embargo urbana

Todas las fotografías pertenecen a la Hexenhaus (Casa de brujas) que durante 1982 hasta 2002 construyeron Alison y Peter Smithson y que ése continuo tras el fallecimiento de Alison, para el fabricante de muebles Axel Bruchhäuser.
Así como las citas (3) que proceden respectivamente de Peter Smithson hablando de Axel..
(1) Glenn Murcutt. Entrevista para una cadena Austaliana de TV
(2) “El barón rampante” de Italo Calvino

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