Polvo
Pablo Twose, Barcelona.
Este texto lo inicia una pequeña nube de polvo. Una nube de polvo que no pasa desapercibida a la penetrante mirada de un ama de casa. Hablo de la mujer del arquitecto Alemán Bruno Taut en su primer día en Japón en la que sería su nueva casa durante los siguientes tres años: la casa Senshintei (Pureza de corazón). La criada se dispone a preparar la casa para la noche, saca dos gruesos futones del armario y los deja caer sobre el suelo de tatami de la sala de estar levantando una pequeña nube de polvo.
Nos lo explica el propio Taut: “mi mujer observó que, aunque todo acababa de ser barrido para los extranjeros, todavía se levantaba un poco de polvo en el suelo.” – y a continuación se pregunta el arquitecto – “¿Qué pasaría en las casas que estaban junto a la carretera, donde los coches removerían el polvo, si aquí en plena naturaleza y con un aire purísimo, la mirada penetrante del ama de casa detectaba ya suciedad?”.
De polvo a suciedad quizás haya una distancia demasiado grande, sobre todo si hablamos de un país donde la limpieza, el orden y la pulcritud eran considerados obligaciones religiosas. Soy reacio a creer entonces que la criada de los señores Taut en su primer día de trabajo desatendiera sus obligaciones.
Podemos leer en el libro del te de Kakuzo Okakura: “la pulcritud es un arte y no hay que emprender la limpieza (…) con la grosería de una criada holandesa”.
No conozco a ninguna grosera criada holandesa, y menos aún a la mujer de Taut. Pero me atrevería a decir que la señora Taut, con su mirada penetrante de ama de casa, correría el riesgo de pasar, a los ojos de Okakura, por una simple criada holandesa (en cuestiones de limpieza).
limpieza en el suelo del porche. Fotografía de Vladimir Alexandrovich Golovchikof. Cocinando en el rentan. Fotografía de Bruno Taut
es que la limpieza en Japón no es tema baladí. Sirva este breve cuento, extraído del mismo Okakura, para evidenciarlo:
“Rikyu observaba a su hijo Sho-an mientras éste barría y regaba el sendero del jardín. ‘Aún no está bastante limpio’, dijo Rikyu cuando Sho-an hubo acabado su tarea, y le ordenó recomenzarla. Al cabo de una hora tediosa, el hijo se dirigió a su padre. ‘Padre, ya no se puede hacer nada más. He lavado tres veces los peldaños, los faroles de piedra y los árboles están bien rociados con agua, el musgo y los líquenes brillan con un fresco verdor; no he dejado ni una ramita ni una hoja en el suelo’.
‘¡Criatura imbécil!’,-refunfuñó el maestro- ‘no es así como hay que barrer una galería’ y pronunciadas estas palabras Rikyu descendió al jardín, sacudió un árbol y esparció entre las piedras del camino hojas doradas y carmesíes, ¡fragmentos del brocado del otoño! ...” – aclara Okakura - “Lo que Rikyu exigía en el trabajo no sólo era pulcritud, sino también gusto y naturalidad”.
Hablamos de limpieza y acabamos hablando de pulcritud, naturalidad y gusto. Japón es un mundo sutil, un mundo leve donde las palabras son demasiado pesadas para apresarlo. “Desearía reencarnarme en un bebé japonés para así poder ver y sentir el mundo en toda su hermosura, tal y como lo perciben los ojos japoneses” estas palabras que resumen esa imposibilidad por comprender, provienen de uno de los mayores intérpretes de la cultura japonesa, el escritor Lafcadio Hearn, hombre de extraña biografía:
Abandonado por su madre griega primero y por su padre, un soldado Irlandés, después, Lafcadio fue educado en Irlanda en el temor a Dios por su ferviente tía católica. Tuerto y pobre se marchó a Estados Unidos donde vivió en la calle hasta que su escritura lo salvó. En nueva Orleans escribió sobre la cultura criolla y el vudú, y durante dos años residió en el Caribe hasta que hastiado del clima tropical volvió al frío Nueva York. El 4 de Abril de 1890, Lafcadio llega al puerto de Yokohama. A los 40 años se casará con la hija de un samurai venido a menos y ésta le dará tres vástagos y un hogar.
La de Lafcadio Hearn fue una huida constante en búsqueda de un espacio que le fuera propio. Una huida que terminó en Japón donde se detuvo al fin hasta su muerte. Venció al espacio, pero como si de un maleficio se tratara fue el tiempo el encargado de empujarlo de nuevo fuera de lugar. Un tiempo que avanzaba a pasos agigantados hacia la modernidad y la industrialización barriendo a su paso el Japón antiguo que Lafcadio idealizó.
Al final de su vida escribiría: “El viejo Japón está completamente muerto y el nuevo Japón es horrible. A veces he llegado a pensar que es inútil escribir sobre cosas que han dejado de existir”.
Pero gracias a su escritura perviven las sombras de ese mundo evanescente. Una escritura minuciosa que, al igual que la de Taut, al describir la vida japonesa, detectará hasta el más mínimo atisbo de suciedad. Taut con su mirada moderna descubrió una nube de polvo en el Japón clásico. Hearn, que habitaba ya en el pasado, la encontrará en el Japón moderno.
“Me resulta curioso que actualmente se critique a los japoneses por no mantener esa escrupulosa limpieza en los edificios gubernamentales, las estaciones de ferrocarril o las nuevas fábricas. Pero es preciso matizar que, para los japoneses, estos nuevos edificios, construidos según el modelo extranjero, con materiales y supervisión occidentales, deben resultar lugares alejados de la mano de los dioses y cuando acuden a estos edificios profanos no se sienten en presencia de lo divino ni sienten sobre sus hombros el peso de la tradición y las costumbres ancestrales.”
Aseo moderno introducido en el ferrocarril gubernamental.
Camarote de tercera clase en un barco de vapor japonés, en el lago Biwa.
Decía al inicio que en Japón la limpieza era un acto religioso. Entonces, ¿porqué limpiar donde no habita lo divino?. Recuerdo a Okakura y me imagino a su grosera criada holandesa fregando los suelos de la estación de ferrocarril.
¿Dónde habita lo divino?
“El hombre del Japón antiguo creía que realmente habitaba en un mundo de espíritus y demonios cuyas voces se escuchaban en el sonido de las mareas y las cascadas, en el lamento del viento y los susurros de las ramas de los árboles, en el trino de los pájaros, en el zumbido de los insectos y en todos los sonidos de la naturaleza.”
En el Japón antiguo ambos mundos, el de los vivos y el de los espíritus, estaban imbricados de tal modo que uno no podía concebirse sin el otro. Eran mundos siameses. Cualquier faceta de la vida cotidiana estaba imbuida por ese otro mundo. Detalla Lafcadio Hearn: – “Cada utensilio doméstico era sagrado: el sirviente debía tener presente las divinidades del fogón, de la caldera, de la chimenea, del brasero…” - y sigue – “Cada parte de la casa, cada una de sus vigas, cada utensilio doméstico tiene su guardián invisible. Según esta creencia resulta lógico que la construcción de una casa – exceptuando las viviendas de estilo occidental – continúe siendo un acto religioso y que entre las funciones del maestro carpintero se incluyan las de sacerdote”.
En cada viga, en cada pilar, en cada parte de la casa reside una divinidad.
Silencio.
Pienso en las obras que hemos realizado, reviso las fotografías de los edificios acabados. En ellas todo está limpio, sin suciedad alguna, pero nada sugiere gusto y naturalidad en el abrillantado de sus suelos.
Repaso las partes que forman la obra. Pienso en la estructura mal encofrada de hormigón, en los pilares escondidos en armarios, en la cantidad de silicona acumulada en todas las juntas. Pienso en los falsos techos, siempre al borde del desplome por la inmensa maraña de instalaciones que esconden. Pienso en todos ellos y me pregunto: ¿A cuántos dioses guardianes habremos ofendido?
Supongo que a ninguno, ya no quedaba nadie allí a quien ofender, todos se marcharon. O quizás, como dice Hearn, nunca habitaron nuestras arquitecturas.
Un final, un arquitecto, Louis Khan, hablando con el espíritu de un material,
- ¿Ladrillo y, tú qué quieres?
- Yo, quiero ser un arco.
Referencias:
Imágenes: todas las imágenes están extraídas del libro de Bruno Taut“La casa y la vida japonesas”, Arquíthemas 19, 2007
Imagen 1. Escobas y plumero, dibujo de Bruno Taut
TAUT, Bruno, “Das japanische Haus und sein Leben” 1937.
ed. española: “La casa y la vida japonesas”, Arquíthemas 19, 2007
OKAKURA, Kakuzo, “the book of thea”, New York: Putman’s, 1906
ed. española: “el Libro del Té”, Kairós, 2005.
HEARN, Lafcadio, “Shadowings”, Boston Little Brown and Company 1919
ed. española: “Sombras”, Satori ediciones, 2011.
HEARN, Lafcadio, “Japan, an Attempt of Interpretation”,The MacMillan company, 1904.
ed. española: “Japón, Un intento de interpretación”, Satori ediciones, 2009.
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