Una temporada en la cabaña

Alberto Ruiz de Samaniego, Universidad de Vigo.

Las cabañas son lugares de reposo y de espera, de una postergación indefinida y tendencialmente infinita; lugares también en buena medida desérticos. Tal como acontecía en la huida de los anacoretas al yermo, estas arquitecturas severas, minerales, mudas, se convierten tal vez en salas de espera de un cielo. El cielo donde reposa la verdad y la libertad del hombre. Estos espacios han de verse, pues, como los lugares de curación o de purificación de la enfermedad de(l) ser. Lugares, entonces, de penitencia; lazaretos o asilos donde a través de la renuncia se produce la posibilidad de la cura. El cuidado de sí de un sujeto que, extrañado del mundo, eximido de todo cometido público, fuera de toda responsabilidad para con lo social, puede comenzar a escuchar y a atender la apertura de la integridad de la existencia.

De un modo también parecido a ciertas reflexiones del budismo, estas moradas purifican de todo rastro de realidad o entidad a esa instancia que llamamos vida. La conciben como un vacío radiante, como una nada que es una casa sosegada. O como el definitivo apagón que constituye el escalón final de la existencia. Lejos estamos aquí de todo apego al yo, de todo deseo y pasión. De hecho estaríamos cerca de lo que el budismo expresa con el término nirvana: esto es, extinción, apagón del fuego de nuestra existencia. Ese renunciamiento del mundo no es pues un orgulloso elevarse, sino un desaparecer. De esta forma, frente a la retórica de la altura característica de los ascetas, el habitante de la cabaña habla más bien de espacio interior y de instinto de descendimiento: no cumbre, sino corazón; no dominio altivo, sino humilde intimidad. Hacia abajo, como en busca de un depurado hombre interior.

En este mismo sentido, la obsesión por la pobreza o la precariedad se convierten en una crítica simbólica de la moral del triunfo, del éxito (exitus: salida) y del dinero, tal como por ejemplo Teresa de Ávila ya señalara en su Camino de perfección (1,5). Estas habitaciones tantas veces frágiles o ruinosas no cobijan, pues, almas "concertadas", sino almas "desbaratadas", por emplear de nuevo terminología de la mística de Ávila. Desbaratadas por la acción impetuosa del espíritu que ningún triunfo terrenal implica. Se trataría como de un anegamiento salvífico que se correspondería con la inundación interior aniquilante hasta la humildad extrema. Hasta deshacer la plenitud ontológica del sentido y de la propia morada.

En un conjunto de textos que Heidegger elaboró acerca de la idea de serenidad(1) , se utiliza este término, serenidad - en alemán Gelassenheit -, a partir de la raíz lassen, que indica tanto un "dejar de" como un "estar dejado". Actitud ambigua que bien podría aplicarse al espíritu de las cabañas. El habitante de la cabaña está, en cierta forma, desprendido de sí y de su mundo. Podríamos pensar también, con Heidegger, que estas estancias causan cierto malestar no sólo por la privación comunitaria que ellas comportan, sin duda difícil de soportar, sino también porque, de un modo sutilmente imperativo, obligan a colocarse a cada uno "frente a sí mismo". Quien lo duda: la reclusión solitaria acaba por obligar a la reflexión. Algo que parece haberse vuelto traumático en una actualidad que se caracteriza, según el pensador alemán, por su "huida ante el pensar". Donde "hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez"(2) . En nuestro mundo, es cierto, todo acto se vuelve público y se dirigiere con una celeridad pasmosa. Heidegger entiende la serenidad como una experiencia en donde el sujeto se pone en juego ya no al modo de un objeto técnico y transparente o directamente comunicable y expresable, sino siendo capaz de preservar la apertura al misterio de lo existente. Un habitar el retrotraerse; un modo de dejar ser que permitiese respetar en las cosas la dimensión de lo que no es cognoscible: un acercarse manteniendo la(s) distancia(s).

La serenidad no es pasividad, sino aspiración a un nuevo modo de ser: umbral, y a la vez deseo. En este sentido, el cautiverio voluntario en la cabaña ralentiza toda digestión y, asimismo, en su asociabilidad, impide el actuar característico de nuestro tiempo: el de la planificación, el pensar calculador de la empresa. ¿No podríamos sugerir que estas reclusiones podrían reportar como una vuelta a un pensamiento meditativo, o como diría Heidegger, a "la profundidad de la tierra natal", entendiendo por esto la vuelta a la convivencia con aquella intimidad que nos desarma o desbarata a nosotros mismos?

Abiertos al misterio de lo otro que – en tanto que aguda escisión- nos confirma. Una temporada en la cabaña vendría a ser como una purga, una purificación del sujeto de sí mismo, de su "pensar-querer" a través de la abolición del mundo, de su desacostumbramiento. Curiosa paradoja: tocar el arraigo más hondo a través de la disociación más desintegradora. Aunque tal vez esto no sea en absoluto fácil de conseguir, sino que uno tan sólo puede disponerlo, estar dispuesto a ello: únicamente estaría en nuestro poder prepararnos para su impredecible venida(3). Ese desamparo sería como permanecer despiertos a la serenidad, acaso porque, como señala Heidegger, "no podemos desde nosotros mismos despertar en nosotros la Serenidad"(4) , que no es nunca puesta en obra, sino como un don, otorgada: zugelassen.


Referencias:


(1) Cf. Martin Heidegger, Serenidad, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1989.
(2) Ibid., p. 17.
(3) Ibid., p. 37.
(4) Ibid., p. 39.


Imágenes:


Las plantas de las cabañas proceden de la exposición: “Cabañas para pensar” Producida por la Fundación Luis Seoane y comisariada por Alfredo Olmedo y Alberto Ruiz de Samaniego y que pudo verse entre el 1 de Abril 2011 y el 10 de Julio 2011 en A Coruña, y también en Granada en la fundación José Guerrero entre los días 20/10/2011 y 12/02/2012. Así mismo están recopiladas en el libro “Cabañas para pensar” editado por Maia ediciones.


Los planos fueron dibujados por: Lorena González García, Yago Mafé Astray y Daniel Estévez Cachafeiro.


En orden de aparación las cabañas son las siguientes.


01. Martin Heidegger
Todtnauberg, Alemania
02. Thomas Edward Lawrence
Bovington, Inglaterra
03. Virginia Woolf
Rodmell, Inglaterra
04. Gustav Mahler
Maiernigg, Austria
05. Edvard Grieg
Lago Nordas, Noruega
06. Gustav Mahler
Steinbach, Austria
07. Gustav Mahler
Dobbiaco, Italia
08. Dylan Thomas
Laugharne, Reino Unido
09. George Bernard Shaw
Hertfordshire, Inglaterra
10. August Strindberg
Stockholm Archipielago, Suecia

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