Un futuro que nunca aconteció
Filipe Magalhães y Ana Luisa Soares , Tokio.
En 1972, la Nakagin Capsule Tower se presentó en los medios de comunicación como el inicio del “despertar de la era cápsula”. Con su estética avant-garde, una esbelta estructura recubierta de pequeñas unidades individuales llamadas “cápsulas”, proponía una habitabilidad mutante de adaptación a lo largo de los tiempos. Aumentaba, teóricamente, la capacidad de adaptación del edificio al mundo en rápido desarrollo propio de la sociedad post-industrial. Fue rápidamente ascendida a icono, y se presentó como el futuro de la vivienda.
La ironía de la historia, de este héroe caído en desgracia, es que fue la última obra de su estirpe que se construyó, y cuyo fin fue una muerte por envenenamiento propio. Hoy la torre aparece como un vibrante recuerdo de un camino que nadie siguió, como una oda escultórica de un futuro que nunca llegó.
Contexto: Cuando se inauguró la torre Nakagin era el edificio más alto del barrio, visible desde la lejanía y con aspecto de ciencia ficción, se exponía a la carretera como una máquina venida del futuro. Las revistas y cadenas de televisión hicieron de Kurokawa una estrella, le llamaban “el amigo de la prensa”, y en el aire flotaba la idea que muchos otros ejemplos de ese tal “metabolismo” proliferarían finalmente por la densa ciudad de Tokio.
Han pasado cuarenta años, y hoy es fácil percibir como la máquina se perdió en la banal rutina del día a día. La torre está atrapada, vieja y decadente, tapada por la sombra de los nuevos rascacielos. Contrariamente a lo que estaba previsto, las cápsulas nunca fueron reemplazadas, ni mucho menos actualizadas. Los materiales no han resistido el paso del tiempo, ya que no estaba previsto que resistieran, y los problemas aumentan día a día: Filtraciones, oxidación, corrosión. No hay mantenimiento, y recientemente, debido al miedo que fragmentos de escombros cayeran sobre la calle, se envolvió al edificio en una red de protección.
El héroe se descompone, y las pocas cápsulas que se iluminan por la noche revelan su estado de abandono.
Edificio: Los turistas adoran la torre Nakagin. Casi todos los días es fácil verlos al otro lado de la calle con sus máquinas de fotos y gran frenesí. Intentan entrar, pero el portero ya está más que acostumbrado a pararles los pies. A veces nos abordan con la esperanza de que les mostremos nuestra cápsula.
La torre se divide en dos núcleos de accesos verticales, A y B, con 68 y 64 cápsulas respectivamente. La planta baja está compuesta por un gran atrio y una tienda de ultramarinos; el segundo piso es una ordinaria planta de oficinas. Por encima de este punto, las escaleras en espiral sólo revelan las puertas de los distintos apartamentos.
La estructura de las cajas de escalera es de hormigón armado, las unidades están suspendidas de la estructura principal mediante un sistema de tirantes metálicos. Los ascensores funcionan perfectamente salvo el día de la revisión técnica, casi semanal. Todos los días, bien temprano, un anciano limpia las escaleras y los espacios comunes con un paño húmedo.
Estética metabolista: Los metabolistas definieron en sus manifiestos un vocabulario de proyecto urbano derivado de palabras como “organismo”, “célula”, “tejido” o “regeneración”. Como resultado, el leguaje de sus proyectos reflejaba estas ideas y en Nakagin, el canto del cisne, representó la última manifestación de la materialización de esos valores. Como tal, Kurokawa aprovechó la oportunidad para, en una escala infinitamente menor a la de los proyectos teóricos que desarrollaba, esculpir un ideal.
El ritmo del alzado, las proporciones de la capsula, o el remate superior del edificio fueron pensados para moldear un lenguaje que se pretendía (teóricamente) natural y orgánico. En un claro contrasentido conceptual, el arquitecto, declaraba públicamente que cada habitante contribuiría en la construcción de la forma del edificio y de la ciudad, pero en realidad era él quien resolvía todas las decisiones creando una gran escultura de clichés.
Espacios comunes: Las cápsulas son pequeñas y estandarizadas y eso llevó a que sus moradores tuvieran que adaptarse a ellas de distintas y curiosas formas. Lo mismo ocurre con los espacios comunes: Al subir la escalera es posible ver tendederos cubiertos de ropa para secar, armarios de zapatos, estantes de libros viejos y polvorientos, auténticas colecciones de cajas y paquetes, enormes maletas de viaje, bicicletas desmontables e incluso pequeñas cercas alrededor de las puertas. Las salidas de emergencia se han convertido en salas de fumadores con ceniceros y sillas, y el atrio, por ser un espacio amplio y generoso, es la sala de reuniones de los muchos habitantes que usan las cápsulas como oficina. El mirador del tercer piso, la cubierta de la plante de oficinas, es una plataforma abandonada donde sólo se encuentra basura, tuberías de agua estancada y los pedazos de las cápsulas que van cayendo. Desde fuera son visibles las distintas ventanas secundarias que los habitantes han ido abriendo en sus unidades: unas por el deseo de tener luz natural en el baño, otras para aprovechar mejor la exposición solar y otras simplemente como ventilación natural, ya que la gran ventana redonda es fija. Más de un tercio de las cápsulas tienen nuevas y (bien visibles) máquinas de aire acondicionado colgadas de las fachadas.
Problemas comunes: El edificio sufre varios problemas, el más notorio, es probablemente, el avanzado estado de deterioro de las tuberías, colocadas en el pequeñísimo espacio existente entre las cápsulas y las paredes del núcleo de los ascensores. Éstas fueron pensadas para durar veinte años, y serían accesibles para el mantenimiento sólo en el momento de la substitución de las cápsulas. Pero la substitución nunca llegó y las tuberías se estropearon en la mayor parte de las viviendas provocando numerosas filtraciones. Muchas de las cápsulas quedaron inutilizadas, pudriéndose en su interior.
El abastecimiento de agua caliente está obsoleto. Para tomar un baño cada uno debe utilizar un calentador propio, o bien, utilizar la ducha común en planta baja. La mayoría de los residentes, que ya no son muchos, utilizan la ducha común. La conexión de agua fría en las cápsulas es gratuita, y en la torre B ya no es la original. Con la degradación de las tuberías, hace algunos años se instaló una nueva red. Pero las obras se realizaron de cualquier manera: serraron las puertas sin ningún escrúpulo para dejar pasar los nuevos tubos y rehacer las acometidas. Es visible en cualquier punto que cada vez que fue necesario hacer algún tipo de reparación, el edificio nunca fue respetado. Cada obra fue un remiendo.
En los días de lluvia las goteras son visibles desde los pasillos, donde las juntas de muchas de las unidades se pudrieron y el agua se filtra libremente por las puertas. Es frecuente ver al portero correr por las escaleras, colocando cubos en los puntos más críticos. Alguna de las puertas están cubiertas por plásticos.
En 1972 cada unidad fue sellada con una capa de 3cm de amianto. Esta solución, tóxica, inutilizó el sistema original de ventilación incorporado en las cápsulas. Sin embargo, hoy esta capa es casi inútil y las cápsulas sufren enormes variaciones térmicas. Sólo con la ayuda de un radiador potente o de un moderno aire acondicionado soportan las fuertes oscilaciones de temperatura.
El sistema de persianas de papel japonés, del proyecto original, duró poquísimo tiempo, y hoy, ya no se encuentra en ninguna cápsula. Desde fuera son visibles las distintas soluciones que los habitantes han encontrado para combatir el exceso de luz en el interior durante la madrugada y al mismo tiempo lograr algún tipo de privacidad: cortinas, ropa, hojas de periódicos, estantes.
Cápsulas: El espacio interior de las cápsulas es realmente pequeño, pero en el día a día no parece un problema relevante: la cápsula cumple su función de “máquina de habitar” moderna, incluso para parejas, lo que hace la experiencia aún más extrema, sin embargo es posible vivir con total normalidad.
La ventana es grande y circular y, en un espacio de tales dimensiones, resulta ser muy generosa: hay una clara voluntad de enfatizar la relación entre el espacio interior y la ciudad. La carpintería es fija para evitar accidentes, pero eso imposibilita cualquier tipo de ventilación natural en el apartamento.
Todas las superficies de la cápsula están en contacto directo con el exterior, y el resultado es simple, el verano es sofocante y el invierno muy frío. Existe, en el diseño original de la cápsula, un gran espacio para el sistema mecánico de ventilación que desgraciadamente no puede ser utilizado debido al riesgo de contaminación.
En las cápsulas que todavía mantienen el diseño original la ergonomía es total: con 35cm de profundidad, un armario cubre la totalidad de una de las paredes, y sirve de almacenamiento para toda la cápsula. Es un aparador, una mesa, un armario ropero, un conjunto de trampillas para diversos objetos y un espacio para colgar perchas. La mesa se abate, desapareciendo cuando no es necesaria, y es relativamente baja, ya que al mismo tiempo es un lavamanos. La cápsula está repleta de pequeños detalles, muy simples y casi imperceptibles, que potencian su habitabilidad.
La televisión tiene un espacio propio y destacado. Pocas son las cápsulas donde la radio original aún funciona. La nevera es pequeña y estrecha, como un minibar.
El baño consigue ser aún más ergonómico. Los tabiques están construidos de un plástico lavable convirtiendo el espacio en una cápsula dentro de una cápsula (en una visita a algunas de las unidades abandonadas es visible el avanzado estado de degradación del resto de los elementos en comparación con los baños). Siendo un espacio interior, sin ventanas al exterior, la puerta del baño tiene una ventana acabada en vidrio oscuro, también redonda, que permite el paso de luz al interior del baño. Aún siendo un espacio tan pequeño, existe una bañera en vez de una ducha, que junto con el inodoro y el lavamanos forman una sola pieza de plástico que forma un todo y organiza el espacio.
Los dispensadores de jabón, la lámpara, el soporte de la toalla y los pequeños estantes están sutilmente colocados en las paredes para evitar la necesidad de un armario.
Ironía: referencias clásicas de un icono futurista: El metabolismo vivía de proyectos y soluciones para las ciudades del futuro. Irónicamente no pudo abstraerse de las “tradiciones” que dictaban los valores tradicionales del lugar, una imagen clara de lo que es hoy la cultura japonesa.
La cápsula es casi una caricatura de esta condición. Se presentó como la vivienda del futuro, pero su área estaba calculada en base al tamaño de una tradicional sala de la ceremonia del te. La forma y proporción de la ventana como una reinterpretación del Templo GenKoan en Kyoto. El ciclo de vida sugerido por Kurokawa era una alusión directa al Santuario de Ise, reconstruido cada veinte años. El mobiliario que se imaginó leve, vanguardista y en materiales innovadores, fue en realidad construido en madera de pino lacada, con la mano de obra más común y la tecnología menos exigente. Aún siendo un área limitada, el baño se concibió con bañera completa de forma que se pudiera llevar a cabo el tradicional baño, esencial en la cultura local.
La aparatosa imagen exterior del edificio esconde los motivos que le sirvieron de referencia: El futuro metabolista vivía de la interpretación de su pasado.
Comunidad: Tal vez viven de 25 a 35 personas en el edificio. Pocos usan la cápsula como residencia fija, la mayor parte utiliza su espacio como segunda residencia o como oficina. En los pasillos existe muy poco movimiento.
Más de la mitad de las cápsulas están abandonadas y una gran parte de ellas están selladas por el exterior, por el riesgo que suponen. Otras ni siquiera tienen cerraduras y es posible entrar y ver su avanzado estado de descomposición: Las paredes se caen, los armarios están podridos y basura, moho y humedad lo cubren todo. Desde las escaleras de emergencia, en el exterior, es posible ver las cubiertas dañadas y las distintas humedades.
La planta baja y la planta de oficinas funcionan normalmente se encuentran bien conservadas, pero las cápsulas se pudren lentamente.El portero sale a media noche, y no vuelve hasta las seis de la mañana. La puerta permanece abierta toda la noche.
Habitantes (personajes únicos): Noritaka Minami, un fotógrafo japonés, que ha estado retratando el edificio en los últimos años, en una conversación tomando un café nos dijo que “Quien vive en este edificio, o realmente quiere estar aquí, porque se siente atraído por su excentricidad, o es que no tiene otra opción. Todos los habitantes de Nakagin son personas con una historia curiosa.” Una ronda de entrevistas con varios de sus habitantes lo demuestra.
En el séptimo piso vive un comerciante de pescado que utiliza la cápsula como oficina, casa y refugio familiar. Al igual que todos, se queja de la falta de espacio, pero vive allí desde hace más de diez años. Entrar en su espacio es como visitar el interior de un guardarropa, donde uno apenas se puede mover. Unos pisos más arriba, una estudiante de diecinueve años es la habitante más joven. Dice que sus amigos piensan que es “super cool” vivir aquí, pero confiesa tener miedo por el futuro de este edificio único.
En algún lugar de la torre A vive una señora que nunca sale de su cápsula. Es japonesa, lleva en la casa 40 años, y todos los lugareños saben de su existencia, sin embargo casi nadie ha hablado con ella. Se siente “atraída por este ícono” y simplemente quiere vivir “el máximo tiempo posible” allí.
En lo alto de la torre B vive, los fines de semana, la pareja de radicales defensores de la restauración integral del edificio. Una pareja simpática, fundadores del club “de amigos de nakagin”. Tienen, probablemente, la cápsula mejor preservada en su estado original, con todos los elementos originales expuestos y adecuadamente protegidos (mantas, sábanas, TV, radio, cama, etc.) Coleccionan recortes de periódicos y revistas sobre el edificio y tienen un registro de todos los visitantes.
Un agente publicitario compró cinco cápsulas abandonadas y las restaura los fines de semana. Nunca vivió en el edificio, ni piensa vivir en él, porque “tiene una familia”. Cuando finalice las restauraciones, las rentabilizará alquilando sus unidades modificadas con pavimentos de madera barnizada y paredes recién pintadas. Está convencido de que el futuro aún pasa por la substitución de las cápsulas.
Dos puertas más arriba, vive un vendedor de “sex-toys” que raramente sale de casa. Utiliza su espacio como almacenamiento, puesto de venta, oficina y vivienda. El pasillo es el punto de almacenamiento de los pedidos y también está lleno de cajas de cartón vacías. En el último piso, vive una comisaria de arte, que hace coloridas ilustraciones del interior de varias cápsulas. A mitad de la torre A trabaja un compositor de música para videojuegos que “no puede imaginarse vivir en otro sitio”
En el cuarto piso vive un asalariado contrariado: no quiere vivir aquí, pero su contrato de trabajo le obliga a aceptar el alojamiento que la empresa le propone. Tiene miedo de perder su empleo y por eso vive aquí contra su voluntad.
Habitar en un libro de historia: Despertarse en una cápsula será, en principio, como despertarse en cualquier otro lugar. Hay una cama, armarios, ropa por todos lados y se oye el tráfico de la mañana. Sin embargo hay algo más, algo que hace que cada despertar sea un momento especial. Tal vez por el carisma del gran ventanal redondo, o por la mesa que ahora está abierta y cubierta de trastos, o cerrada y silenciosa; o por la puerta del cuarto de baño que parece la entrada de un submarino, o por la escala del apartamento, que tiene un sentido propio. Después de tanto tiempo todavía no es fácil creer que vivamos aquí. Todas las mañanas tienen su momento de feliz choque con la realidad.
Como arquitectos, nos pasamos años estudiando los edificios más notables: sus plantas, sus secciones, sus ideas e ideales. Sin embargo, vivir en uno de estos “ejemplos” es una experiencia diferente. Es ser parte activa de los libros de historia y teoría, es casi ser esa lección. Es ver la cápsula como “nuestra casa” y no como un concepto radical de la arquitectura.
Tipología vs actualización: Cada actor tiene una visión diferente sobre el edificio: unos más radicales, otros más acomodados, todos se expresan preocupados, pero con una inquietante falta de fuerza conjunta. Como habitantes, resulta aún más difícil ser imparcial y decidir sobre que tendría más sentido en un futuro.
Al entrevistar a los habitantes es fácil percibir que la tipología fue, desde el inicio, un punto a favor. Todos hablan sobre los pocos metros cuadrados disponibles, pero no como un problema: es la solución que tiene más sentido en una ciudad como Toquio. Unos con casa en los suburbios y otros viviendo en la cápsula a tiempo completo, pero todos concuerdan que esta es la condición del espacio que mejor sirve a la metrópolis, posibilitando una posición central y estratégica a expensas de una sala o un jardín. “La ciudad cumple ese papel”. Por otro lado, la idea de substitución de las unidades y los problemas que esa idea causa (Ya sea por falta de previsiones realistas o por la simple utopía inherente a su concepto) provoca que la gente sea muy crítica. La inversión económica y de tiempo necesarios, y la noción que esta sería una solución (de nuevo) temporal, alejan la voluntad de invertir. Los reglamentos de la edificación también han cambiado y el edificio se encuentra ahora con 41 años de edad, ultrapasando el periodo tipo para las demoliciones (30 años) pero todavía lejos de poder ser calificado como objeto de interés público (50 años). Es confuso aceptar que un edificio tan futurista sea considerado patrimonio histórico.
Futuro (4 hipótesis): El principio de la Nakagin Capsule Tower se basaba en una condición de mudanza urbana y mutación del edificio. Sin embargo esa condición nunca se verificó: El futuro para el cual fue diseñada sufrió un desvío, y nunca llegó a existir, y su espacio parece ser cada vez más corto. La ciudad desconfía de su seguridad, de forma justificada, y tan sólo arquitectos e historiadores parecen ver su exquisita belleza. El futuro no está definido. Hay cuatro opciones sobre la mesa:
Visión económica: La torre se derriba, el terreno se vende al mejor postor y se construye un nuevo (y bastante genérico) rascacielos. Cada habitante recibe una gran suma de dinero.
Update: La profecía se cumple finalmente y las viejas cápsulas son substituidas por nuevas unidades con cargador para el ipod. Cada habitante recibe un nuevo apartamento en el centro de la ciudad.
Simple nostalgia: Las capsulas se restauran en su condición original, el edificio está protegido y se convierte en un museo de sí mismo. Todos los habitantes se convierten en comisarios.
Indiferencia: la melancolía se apodera de los habitantes, no existe consenso y la torre se pudre.
Infelizmente (o quizás no) la cuarta opción parece el camino más inmediato.
Hijo único: El primer manifiesto metabolista data de 1960 y representa el momento de la construcción teórica del movimiento. En 1970 sucede en Osaka el producto de una década de investigación: La Expo70, evento determinante en la definición y comprensión del Japón contemporáneo. El intervalo de tiempo entre estos dos momentos define el periodo áureo del movimiento metabolista.
En 1972 la Nakagin Capsule Tower se inauguró, ya fuera de su tiempo.
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