Salomé en Ginza

Fernando Agrasar, A Coruña.

Al inicio del segundo acto de la ópera Salome de Richard Strauss, su protagonista se dirige a Jochanaan, objeto de su deseo, que la rechaza indignado. Las primeras palabras de Salomé en esa primera escena son: “Dein Leib ist grauenvoll” [Tu cuerpo es horrible]. Después se suceden las frases contradictorias de atracción y rechazo. Salomé desea poseer y destruir al amado.

“¡Tus cabellos son horribles!
Están cubiertos de polvo y de suciedad.
Son como una corona de espinas
colocada sobre tu cabeza.
Son como un nudo de serpientes enmarañadas
en torno a tu cuello.
No amo tus cabellos.

(con la mayor pasión)

Es tu boca lo que deseo, Jochanaan.
Tu boca es como una cinta escarlata
sobre una torre de marfil.
Es como una granada
dividida por un cuchillo de plata.
[…]
Tu boca es más roja que los pies de los hombres
que pisan la uva en las cubas.

(fuera de sí)

Nada en el mundo es tan rojo como tu boca.
Déjame besar tu boca”.

Strauss construyó su Salomé en esa perversa frontera entre el amor y el odio, entre el deseo y la pulsión violenta. La música y el texto, que él mismo escribió, sonaban mientras observaba la incómoda imagen de la portada de este número de Engawa.

Imaginemos a una soprano dramática, a Salomé, con un ceñido traje sastre oscuro, pelo recogido y erguida sobre finos tacones. Camina, de un lado a otro, en el aséptico espacio moderno vacío, marcando el ritmo de sus pasos sobre la piedra pulida. Tras el gran ventanal, la torre Nakagin con sus dos núcleos verticales sobresaliendo entre el apilamiento de células blancas, cada una con su ojo-escotilla mirando con inocencia la densidad construida de Ginza.

Salomé desea y odia, conoce el valor de ese organismo arquitectónico y evalúa con avidez las consecuencias de su desaparición, las posibilidades tras su destrucción. Sabe que la experimentación de Kurokawa y los usos que han ido albergando las cápsulas, hotel, vivienda y oficinas, mantienen la orgullosa rigidez de una estructura interna compacta, de un hábitat mínimo tecnificado. Cada uno de esos interiores, pensados para que el cuerpo esté en continuo contacto con sus superficies, es exactamente opuesto a ese desde el que ella observa la torre. Los muslos de nuestra Salomé nunca estarán en contacto con el suelo brillante, su pecho nunca rozará el panelado de madera. Su estricto traje, sus zapatos, serían absurdos para moverse entre las superficies tapizadas y móviles de la torre-cápsula.

La próxima vez que Salomé deba satisfacer los deseos del Tetrarca para explotar las posibilidades de negocio del espacio que ocupa la torre, hará valer los calculados daños infligidos, en los últimos años, por un deficiente mantenimiento y los argumentos sobre la obsoleta complicidad de los espacios-cápsula, hiperdensos y preamueblados, con los deseos de sus ocupantes de gozar ensimismados y en soledad de total intimidad.

La ama. Y la odia. Por eso, desde su edificio de cristal, aprieta los puños, eleva el mentón y canta, con su potente voz: Dein Leib ist grauenvoll!

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