Ojos que no ven, corazón que no siente

Jorge Meijide, A Coruña.

No me reconozco, soy ajeno a mi mismo. No me reconozco porque lo que veo alrededor es ajeno a mi, demasiado ajeno. Demasiada gente hace cosas a mi alrededor. Muchas cosas. Otras cosas. Cosas duplicadas, cosas multiplicadas. Las vidas de otros son ajenas. ¡Claro, como si no, yo no soy los otros! La mirada te coloca en relación con los demás. La mirada desde dentro claro, porque la mirada externa pasa y se va como el aire. No se queda y deja el aroma; no como el olor. El olor es recordado, es penetrante y persiste. A veces la vida de los otros se queda un rato, o algo más que un rato. Pero no son tú. Tú eres tú y los demás son los demás. Obvio. Hay quien se funde con los otros y no es uno mismo. ¿Quien es uno mismo sin quedarse aislado? ¿Quien puede permitirse ser solo uno mismo? Aislamiento. Observar te da cierta ventaja, observar te da distancia -si tu quieres y si no te vuelves loco-, pero cuando llevas rato mirando te das cuenta de que tú eres ellos, otro rato más y tú y ellos es -son, sois- lo mismo. Hay quien se esfuerza en ser diferente a los demás, y cuanto más lo intenta más parecido es. Mirar por mirar es un ejercicio interesante, es una terapia estupenda, hasta que, otra vez, te das cuenta de que en el fondo te miras a ti mismo. La ventana es un ojo, es tu otro ojo, es un marco. Lo que se ve es como otra cosa. Una película. James Stewart, impedido, observa vidas. Te sientas y miras. Miras ventanas, miras calle, miras gente haciendo cosas. El Nagakin te mira ¿Que otra cosa puede hacer con tantos ojos si no? El Nagakin es ahora pequeño, casi íntimo. Es como una caja de recuerdos. Una caja de memoria. Cada ventana es uno. La premisa, la utopía, la proposición es... era, lo que se ve. Tokio es denso, muy denso. Uno no es uno, son muchos. ¿Somos todos iguales? El Nagakin es lo contrario, uno es uno. Una ventana, un óculo, una cápsula, son una persona, es una torre individual, un edificio unipersonal. Es una comunidad unipersonal, conjunto de individualidades. ¿Qué es si no la colectividad mas que un conjunto -asociado y disociado a la vez- de individualidades? Uno y los demás. Ortega nos recordaba con lucidez filosófica la relación del espectador con la escena contemplada. Ambos son necesarios en la relación. Uno lo es en función del otro, de la otra, y viceversa. Observar y ser observado. Actuar y mirar. Ver y ser visto. ¿Existe algo si no lo observamos? ¿Existe algo cuando no lo vemos? Schrödinger se frotaría las manos. El austríaco, que fue más tarde irlandés, nos confundiría, pero en el fondo sabemos que el árbol caído en el bosque, aunque no lo oigamos, está caído y sigue caído, seguirá caído. El gato en su caja no está muerto y vivo a la vez. O una cosa o la otra, no las dos a la vez. ¿O si? El gallego duda si sube o si baja, decía Sota. El de Duchamp baja lentamente, eternamente. La incertidumbre no es certeza -ni lo contrario-. La vista tampoco lo es. Santo Tomás lo atestigua, la llaga es real. El tacto fue necesario. Mirar y ver son dos cosas distintas y todos lo sabemos. Tocar es otra cosa. Mirar es atestiguar, ver es comprender; como hablar es pronunciar, decir es enunciar y contar es convencer. Y así muchas cosas. Nada es lo que parece y nada es lo que nos dicen. Aún así seguimos mirando y seguimos viendo; seguimos hablando y seguimos contando. Alguien nos oirá, alguien nos entenderá, y quizás alguien, uno, solo uno, nos comprenderá. Esperaremos pues.

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