De mudanzas (en cuatro tiempos…largos)

Rubén Alcolea Rodríguez / Jorge Tárrago Mingo, Pamplona



Fotografía publicada por Brassaï en Les Artistes de ma vie, Denoel, 1982. “Brassaï. 1930-1932” (FLC L4-12-1) Cortesía Fondation Le Corbusier

I

Esta es una de las fotografías más conocidas de Le Corbusier de principios de los años 30. También lo son las circunstancias en las que, junto a otras más, fue tomada por el húngaro Brassaï.

Coincide con la mudanza que realizarían Le Corbusier e Yvonne desde la segunda planta del número 20 de la rue Jacob, en pleno barrio de Saint Germain-des-Près, al apartamento de las séptima y octava plantas en 24 rue Nungesser-et-Coli, entonces la periferia de París.

Sabemos la fuerte impresión que le causó al fotógrafo –quizá prevenido de ir a fotografiar a ese arquitecto ‘ultramoderno’– enfrentarse a este pequeño espacio algo bizarro, repleto de papeles, libros amontonados, botijos, tejas, piedras, esculturas y máscaras africanas, recortes de papel en las paredes, lienzos en el suelo, y al tiempo un Bauchant o un par de Léger, o una escultura de Lipchitz (no todo visible en esta fotografía).

¿Se trataba del mismo arquitecto que el de la famosa vivienda para Ozenfant? ¡Hasta llegó a preguntarse, confundido por el aparente desorden, si el apartamento disponía de un aseo!

La impresión tampoco debió ser tan mala, pues al tiempo que ellos estrenaban casa, Brassaï se interesaba por esta, en un buen barrio del margen izquierdo del Sena, en un buen inmueble y con mejores vecinos, como la fascinante americana Natalie Clifford Barney. Pero esta es otra historia…



Fotografías del apartamento en Porte Molitor incluidas en la página 149 de la Oeuvre Complète.

II

“Semana ruda. Mudanza de todos los cuadros, todos los papeles. ¡17 años de papeles! ¡Qué buceo en el pasado! ¡Se me rompe el brazo! Observación. Reconozco una cosa: todo estaba en orden, a mi manera. Sin suciedad. Partida moral ganada a Yvonne. El apartamento se presentó acabado, cortinas, la mayor parte de los muebles (nuevos), después de un buen desayuno en la primera planta del Sr. Schmiewindt. ¡Estaba emocionada, contenta, pero fingió no decir nada! Era la primera vez que hacía el viaje a Boulogne. El apartamento está bien. Sé que era un riesgo habitar en mi propia arquitectura. En realidad, es hermoso. Hay una vista de pleno campo sin tener la noción de estar en una séptima y octava plantas gracias a estrategias arquitectónicas. Y sin vértigo. El jardín, un poema. ¡Césped, lilas, rosas y otras, y el horizonte!... Una página de cambio. Un ciclo acabado: 17 años en la antigua rue Jacob.”

(carta de LC a su madre, 29 de abril de 1934. FLC R2-1-258)

La mudanza. Final del mes de abril de 1934. Primavera. Se empaquetan casi dos décadas de recuerdos y pertenencias. Le Corbusier ha medido todos los riesgos y ha estado amueblando el apartamento en secreto por temor a que Yvonne se sienta decepcionada, muy poco convencida de la necesidad de mudarse a ese “laboratorio de disecciones”.

Cabría preguntarse qué fue de esos ‘diecisiete años de cuadros y papeles’. Porque si ahora observamos las fotografías del estrenado apartamento que se publicaron muy poco después, nos llama la atención la radicalidad del cambio y la práctica ausencia de cualquiera de los intensos rastros domésticos que antes lo llenaban todo. Y en su gelidez nívea parecen dar la razón a Yvonne: “Toda esa luz me está matando y volviendo loca”.

Cualquier mudanza tiene algo de catarsis, (quien no aprovecha para bucear en el pasado y deshacerse de lo innecesario, a veces lo incómodo) pero nos cuesta pensar en un cambio tan drástico.



Series fotográficas del apartamento tomadas por Lucien Hervé.

III

“Yvonne, después de negarse al principio, ha hecho como los gatos: se dio una vuelta y otra en su nueva caja y ahora está ronroneando.(…) No lo dirá porque es terca como un burro (…) Finalmente ha terminado la pesadilla sombría de la rue Jacob donde teníamos apilados, yo 17 años, ella 12”
(carta de LC a su madre, 28 de mayo de 1934. FLC R2-1-203)

“Se montó el gran sofá, no sin pruebas, junto a la chimenea. Y todo tuvo un aire de comodidad “como hacen las gentes”. Yvonne está encantada. Por fin podemos ofrecer el café en un sofá (…)”

(carta de LC a su madre, 21 de noviembre de 1934. FLC R2-1-209)

Es cierto. Hay que dar tiempo a las cosas, acomodarlas, cambiarlas de sitio si es necesario, hasta que encuentran el suyo propio. No es tarea fácil empaquetar y desempaquetar diecisiete años y volverlos a montar como si nada hubiera pasado. No se puede ser tan exigente, apenas han pasado unos meses desde la mudanza y las fotos publicadas.

Aunque tampoco hay que desechar la idea de que Le Corbusier usara las casas en las que vivía como una especie de campo de pruebas para la reunión y exposición de objetos y donde los límites entre lo privado y lo público se entremezclan. Los contrastes, el orden y el desorden, el montaje, no suelen ser casuales.

Ahora han pasado otros diecisiete años (en realidad, un poco más). En las decenas de fotografías que disparara otro húngaro, Lucien Hervé, hacia 1950 ya volvemos a ver algunos de los viejos objetos, junto a otros nuevos, ocupando rincones, repisas y vitrinas. Todavía tímidamente, algunas alfombras cubren parte del suelo. Ya no son las anteriores fotos gélidas del apartamento recién mudados, hay contraluces, se captan detalles, aunque tampoco terminan de transmitir domesticidad, todo parece estar demasiado medido. Quizá, igual que con la llegada del sofá, la comodidad, debe ganarse poco a poco.



Fotografías de René Burri (1959-1960)

IV

Hace dos años que Yvonne ha muerto. René Burri tiene permiso para fotografiar el apartamento y el taller, donde hasta Yvonne tenía vedada la entrada. Es 1959 o 1960. Otros diez años más.

El apartamento está repleto otra vez de objetos, cerámicas (algunas españolas), esculturas africanas, piedras, conchas, pequeños artefactos, alfombras, mobiliario diverso propio y ajeno, junto a cuadros propios y ajenos de su colección privada: Bauchant, Baumeister, Chagall, Derain, Leger, Maillol, Marzetti, Picasso,…entre otros.

Pero quizá es en el taller donde mejor vuelve a captarse la atmósfera del apartamento. Es en este lugar propio, inaccesible, en el trabajo cotidiano y corriente donde vuelve a habitarse con la intensidad que esperábamos y creíamos perdida.

Ahí están los recortes en las paredes, los libros apilados (aunque algo más ordenados en las estanterías), los lienzos amontonados y apilados en el suelo, la mesa repleta de papeles. Hasta el viejo aparador heredado de la vieja rue Jacob resiste el paso del tiempo.

Hace veinticinco años de la mudanza. Toda una vida.

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