ZOOM
Carlos Vilar, Tenerife
Imaginemos por un momento que, como si de un viaje o un sueño se tratara, pudiera salir de mi propio cuerpo. Durante el ascenso -así es mi proyección mental- la visión atraviesa la cubierta de mi casa. La imagen es análoga a la del escáner de un aeropuerto, y sin embargo me permite reconocer colores y texturas. Una vez alcanzada una altura determinada -la suficiente para poder ver el dibujo de las calles de la ciudad y distinguir entre las distintas familias de trazados- cesa el ascenso y la visión comienza a moverse en un plano paralelo a la superficie, en una dirección y sentido impuestos por el azar. Durante el viaje puedo reconocer todo lo que se me ofrece, pues la parte consciente de mi cerebro relaciona las imágenes con una función característica. Pronto veo la periferia y las autopistas que conducen a los grandes centros de ocio que bordean la ciudad. Al otro lado del río ésta se ha expandido con violencia, aún no puedo ver accidentes geológicos. La velocidad de visionado aumenta. Aumenta también mi atención. El cableado de alta tensión aparece y se bifurca. Las torres relucen rayadas de rojo y blanco erguidas sobre terrenos baldíos. Diviso más allá un silo, su silueta destaca en el horizonte. Tras unos kilómetros no veo rastro humano alguno. Pronto mi parte consciente deja paso a mi intuición. Esta me dice que debo seguir mi viaje aún sin tener un propósito determinado. Es una decisión ineludible, irreflexiva, muy poco elaborada.
Mis ojos parpadean, vuelvo a observar, encuentro un nuevo contexto: distingo colores, sólo dos o tres a la vez: ocres amarillos y rojos en combinaciones armoniosas, con un sentido de la composición más que correcto. He llegado a un desierto. Su belleza es confortable y cálida. Durante mi reconocimiento distingo una laguna. El borde esta poco definido. La poca profundidad en sus límites probablemente minimiza la reflexión del cielo y acentúa los amarillos propios de la arena. Estos, en un degradado insólito, dan paso a verdes lima y a azules turquesa. Me aproximo y mi visión se detiene sobre la laguna, justo en la posición en que esta queda enmarcada en su totalidad. Su forma puede asimilarse a la de un corazón humano, o al menos al dibujo que un niño haría del mismo. La visión hace zoom in y me acerco a su superficie. Poco a poco tomo consciencia de mi cuerpo de nuevo. El agua me llega por la cintura y mis pies tocan el fondo. Miro a través del agua y no es transparente. A mi alrededor no hay referencia alguna. No hay elevaciones en el terreno que rodeen la laguna. El borde esta lejano, desde arriba la laguna no parecía ser tan grande, resulta imposible determinar la distancia. No ver donde piso me hace sentir incómodo. Miro a mi alrededor y decido que tengo que reaccionar, que debo elegir correctamente una dirección adecuada para poder llegar al borde lo antes posible. Soy consciente de que estoy en un sueño, a menudo basta con saberlo para despertar, con encontrar cierto nivel de consciencia y decidir terminar con el sufrimiento. Me digo que los sueños son como un entrenamiento, puedes cesar el ejercicio cuando quieras, no tienes por qué llegar a la meta porque simplemente no hay meta posible. Puedo tomar esa decisión más tarde. Aun así despierto.
Intento encajar las piezas de mi sueño. Dichas piezas existen, pertenecen a un archivo concreto, numerado y fechado. En total tengo a mi disposición 11.315 archivos. Un archivo por cada día que he vivido. Al abrir el archivo de ayer puedo acceder a dichas piezas. Las piezas son diversas y cada una tiene su propia naturaleza. Unas son sonidos. Otras son imágenes. Otras son olores. Otras son sensaciones. Decido abrir al archivo de mi sueño más reciente. La primera pieza es un texto. Se trata de un cuento. El escritor sólo necesitó una página para contarlo. La segunda pieza es una fotografía. En ella un hombre ataviado con una bata blanca está de espaldas frente a una gran pizarra. Sostiene su tiza. Parece que sufre con la idea de tener que enfrentarse a un espacio tan amplio. Tan vacío. La tercera pieza es una estampita. Se trata de Jesús de Nazaret. Un corazón muy grande con destellos dorados emana de su pecho. Por detrás puedo leer: "La casa de las imágenes". La cuarta pieza es un secuencia de vídeo. En ella puedo ver a un perro paticorto de piel leonada mirando a cámara. Su cuerpo, a pesar de ser pequeño, está mal proporcionado y su trasero está en contacto con en el suelo. Tiene la lengua fuera y parece feliz. Pronto se le añaden más y adoptan la misma postura. Dígitos de color verde van llevando la cuenta en la parte inferior de la imagen. La quinta y última pieza es otra secuencia. La pantalla muestra un mosaico de colores. La estructura del mosaico se compone de celdas horizontales y verticales. Los colores predominantes son el rojo, el azul, el gris y el negro. Poco a poco el zoom se aproxima. Las celdas no son mas que coches. Han sido reducidos mediante maquinaria diseñada específicamente para tal propósito. Cada uno de ellos ocupa menos de un metro cuadrado. Han sido debidamente apilados.
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