Coderch,
el trabajo humilde.
María Pancorbo y Pablo Twose, Barcelona
Cultivar es una ocupación tan antigua como el hombre. Una ocupación en permanente contacto con la tierra y sin embargo siempre dependiente del tiempo y las estaciones. Podríamos decir que el trabajo de las manos, a ras de suelo, enraíza la tierra con el hombre mientras que la incertidumbre del clima lo empuja a la trascendencia y al respeto, convirtiendo muchas veces los ritmos estacionales y las necesidades en ritos.
Sobre tierra y trascendencia nos habla un pequeño fragmento de “El libro del té”, de Kakuzo Okakura (1862 – 1913).
“A cada miembro, a excepción del prior, era asignada una función en el funcionamiento del monasterio, y cosa curiosa, los novicios eran los que estaban encargados de las tareas más ligeras, mientras se reservaban a los monjes más respetados y avanzados en perfección, las labores más humildes y fatigantes. Estas obligaciones formaban parte de la disciplina Zen y cada labor debía ser ejecutada con el mayor esmero y perfección. ¡Cuántas discusiones no se originaron al trabajar el jardín, al raspar los nabos o al preparar el té!” ¹
¿Y Coderch? Coderch cabalga entre ambas referencias.
… los novicios eran los que estaban encargados de las tareas más ligeras…
Los primeros proyectos, realizados junto con su socio Manuel Valls, son tentativas, dudas y ensayos alentadores. Son un aprendizaje que comienza en Sitges en los años 40 con sus primeras casas “regionalistas”: urb. Las Forcas, casa Pérez Mañanet, casa Garriga Nogués, etc…, y sigue con los más célebres proyectos de la década de los 50: las viviendas de la Barceloneta, la casa Ugalde, o la casa Catasús.. etc…
Hablando de la casa Ugalde, y quizás de toda esta etapa de “novicios”, Coderch puntualiza en 1979:
“…tenía que haber trabajado más para evitar algunos desórdenes gratuitos. Ya puestos a hacer a menudo te pasas...
Un poco más de orden y seriedad...
Esto pasaría inapercibido para mucha gente….”²
A partir de la casa Uriach, en la década de los 60, Coderch ya no parará de dibujar la misma casa, iniciando, en palabras de Okakura:
“…las labores más humildes y fatigantes…”.
“Antes yo pensaba mucho y dibujaba poco. Ahora, en cuanto he pensado alguna cosa, la dibujo enseguida. Sale una porquería, naturalmente, ¿no?; el 99%...Y entonces uno se da cuenta de que aquello ya no le pertenece, que el dibujo tiene vida propia...es el dibujo, o lo que representa el dibujo...Mejor dicho, en arquitectura el dibujo no es nada (…) el dibujo empieza a vivir, y uno tiene que escucharlo, ha de trabajar, no hasta que la cabeza esté caliente y los pies fríos sino ¡bueno!,. Ya no sabes nada, te desanimas, lo dejas correr, pero al cabo de un día o dos, vuelves y vuelves. El proyecto habla, y evidentemente te pide cosas. Esto se basa en unas virtudes que los proyectos han de tener por encima de todas las cosas. Puede reducirse a una sola palabra, serenidad (…) Dentro de la serenidad hay orden, algo que no inquiete, porque las cosas que inquietan cansan”²
O como nos ayuda a entender Josep Llinàs:
“ … Su trabajo se centra, no en la proposición de imágenes o en la elaboración de lenguajes, si no en la definición de las plantas, hasta resolver en ellas todos los problemas, toda la arquitectura, para que el levantamiento de los alzados sólo sea la prueba de que en el edificio ya se ha hecho inútil o superflua la representación.
No hay representación de la realidad, no hay arquitecto…”³
¡Cuántas discusiones no se originaron al trabajar el jardín, al raspar los nabos o al preparar el té!
Cambiemos jardín por terreno, nabos por ventanas y té por pasillos.
Y es que el trabajo de Coderch se asemeja más al oficio (quizás la agricultura) que al arte. Es un trabajo, manual antes que visual, pues la vista siempre anticipa mientras que la mano resigue, palpa y explora de forma ciega. Y es en este acto en donde pone todo su empeño.
Coderch nos advierte respecto al trabajo:
“…La gente cree que esto llega mirando hacia arriba, a las estrellas. Pero de esta forma lo único que consigue es tropezar, o pisar estiércol.” ²
Y es que Coderch y el agricultor, equipados con los utensilios más modestos y cercanos, trabajan a ras de suelo, sin apenas distraerse mirando al cielo.
…” Hay curvas de nivel, y eso da una pendiente. Entonces, la mejor manera de adaptarse a las curvas de nivel, (…) es a base de quiebros. Quiebros que conviene que siempre tengan relación entre las luces que cubren las vigas de la casa…”²
Y sin embargo, como decíamos al principio, todo este trabajo, sencillo y humilde, se haya supeditado a la incertidumbre o al “misterio” al que aludía Coderch.
“....los problemas de la arquitectura son problemas trascendentes…."²
¹ El libro del té, de Kakuzo Okakura. Editado en 1906.
² Conversaciones con J.A. Coderch de Sentmenat, de Enric Soria, editado en 1979.
³ Coderch una dimensión ética, artículo de Josep Llinàs publicado en el libro: J.A. Coderch de sentmenat 1913 – 1984.
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