Ciudad confusa

Rubén Páez, Barcelona.


Las calles de Buenos Aires
ya son mi entraña.
No las ávidas calles,
incómodas de turba y de ajetreo,
sino las calles desganadas del barrio,
casi invisibles de habituales,
enternecidas de penumbra y de ocaso
y aquellas más afuera
ajenas de árboles piadosos
donde austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas por inmortales distancias,
a perderse en la honda visión
de cielo y de llanura.
Son para el solitario una promesa
porque millares de almas singulares las pueblan,
únicas ante Dios y en el tiempo
y sin duda preciosas.
Hacia el Oeste, el Norte y el Sur
se han desplegado – y son también la patria – las calles:
ojalá en versos que trazo
estén esas banderas.

Jorge Luís Borges. Las calles. Fervor de Buenos Aires (1969)



Las ciudades siempre han conmovido por su inmensidad, su luz, sus sombras, sus habitantes, su espontaneidad...pero como la propia vida están sujetas al imperativo del tiempo en el que la fugacidad del presente condiciona su existencia. En su modo de ser, en su modo de interpretar las invariantes que las configuran, se simplifica su significación y las ciudades se tornan confusas.

La ciudad confusa transforma la estructura de la ciudad histórica, olvida su memoria y la convierte en una parte inconexa de la trama urbana. Superpone nuevos órdenes contradictorios, nuevas miradas, dejando de reconocerse una identidad auténtica y propia. La ciudad como proceso dinámico sostenible pierde su estatus y se convierte en una multinacional del espectáculo deslocalizada atendiendo más al entretenimiento y a responder a una ciudad ideal para el visitante.

En la ciudad confusa la experiencia de la soledad es profunda, aquella sensación que transmite un lugar extraño se funde con la cotidianidad de aquellos que la viven a diario por un instante, como si de un cuento se tratara. La ciudad confusa responde a la ansiedad y la duda en medio de un mundo inexplicable, tratando de asumir la fantasía, el sueño o la pesadilla como espacio en el que percibir la realidad.

La ciudad confusa se compone de apariencias, de infinitas percepciones. De realidades construidas a partir de nuevos espacios intangibles, nuevas realidades subjetivas que se convierten en ambiguas. Escenarios abarcables convertidos en lugares inconmensurables, inabarcables y de límites difusos.

En la ciudad confusa los individuos transitan entre miradas aparentes. El recorrido de la trama urbana no supone un nuevo descubrimiento, un espacio para pensar o pasar, supone la construcción de una ficción en la que todos pretenden ser aquello que no son. La ciudad confusa eleva la falsedad y la apariencia a categoría estética, una vida cotidiana construida de pieles y almas mudadas.

En la ciudad confusa la calle como espacio público ha desaparecido, ha muerto. Entre la indiferencia de los caminantes urbanos, las calles pertenecen a los vehículos que circulan en bucles periódicos. La ciudad confusa es un desfiladero de calles oscuras, sucias, lúgubres… espacios difuminados de mirada extraviada en la que sus habitantes, en palabras de Jorge Luís Borges, fatigan las calles en busca de los lugares de la vivencia de la eternidad y de la muerte.

Sin pasado ni futuro, la ciudad confusa es el mismo lugar de siempre, pero distinto cada vez. Los caminantes, la luz, la oscuridad varían cada día y alteran su percepción. A veces dudo de su existencia, y ante la duda, fatigo cada día las calles con el propósito de volver a conquistarla.

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