Por lo menos, dos fantasmas

José Hevia, Barcelona

Los fantasmas, esas entidades que vienen del pasado y la muerte para habitar entre nosotros e imponer su criterio, tienen la eficaz costumbre de adoptar formas de lo más diverso para colarse en nuestras vidas. Desde ectoplasmas que surgen del interior de las imágenes, hasta las incómodas posesiones del espíritu de uno mismo, pasando por la clásica figura semi transparente que uno no esperaba encontrarse. También pueden manifestarse sin instrumentos simbólicos, en forma de masas de energía como la telequinesis. O también despliegan efectismos, luces y colores que uno no identifica de los espacios que le son propios.

De entre todas estas estrategias de fantasma, la que me resulta más intrigante es la que ocupa todo un territorio. Por citar algún ejemplo de la cultura popular, recuerdo el nudoso bosque que crece rodeando el castillo de la bella durmiente durante 100 años, fruto del encantamiento del hada malvada, con el objetivo de desanimar a los curiosos. O los amplios recorridos de la cacería salvaje (en Galicia, la después cristianizada Santa Compaña), donde un ejército de espíritus ocupan al estilo militar toda un área, ensombreciéndola a su paso y enrolando en su masa a los incautos que se cruzan en su camino.




Mis Cuentos Favoritos (Ed.Orbis) La Bella Durmiente del Bosque. Ilustrador desconocido (RF)



La Cacería Salvaje, Åsgårdsreien (1872) Peter Nicolai Arbo

Cuando nos cruzamos con uno de estos fantasmas territoriales se ven invadidas nuestras imágenes, se distorsiona momentáneamente la percepción de nuestra cotidianidad urbana, y se revelan por breve espacio de tiempo unas naturalezas del lugar en segundo plano. En la imagen que presento se pueden entrever algunas entidades a su paso por la urbanización. Como la más reciente de ellas, nos encontraríamos con el espectro recurrente de la crisis subprime, que tanto se ha manifestado en la península Ibérica: El paisaje de obras inacabadas, urbanismo a medio cocer, producción inmobiliaria de rápido crecimiento con ambiguos objetivos y, a menudo, temibles consecuencias. A este espectro estaríamos ya acostumbrados, hemos conversado con él muchas veces, y ha acabado siendo tan cotidiano como Lord Canterville.

Pero si uno se detiene a mirar con atención, quizá no esté solo, y otra aparición venga tras la primera: el espíritu de la planta libre, en franca decadencia, se lamenta a distancia de haber sido instrumentalizada por la producción fordista, seguramente entre las trampas que florecen en la otrora fascinante producción en masa. Vemos también asomar el cadáver de la clase media de Bretton Woods, interrogándose por su proyecto de vida y sobre si estas tipologías registran su realidad en el mercado, o si aún existe. Muchos otros fantasmas podrían acechar tras esta niebla, ensombreciendo nuestro entorno. Habrá que esconderse, no sea que nos enrolen en su paseo por el páramo.




José Hevia, S/T 2008

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