HUELLAS DE LO AUSENTE
Florencia Köncke - Elías Barczuk, Barcelona
Tiza en el ladrillo.
Esta aproximación, aunque no lo aparente en primera medida, puede asistirnos a generar algunas nuevas consideraciones acerca de la manera en la que concebimos el futuro. Más aún, en nuestro papel de arquitectos. Ilustra, a modo de paradigma, una hipótesis que podemos confirmar o desechar o, en su defecto, valorar un poco más objetivamente. Y es que, cada vez que la disciplina intenta esbozar cómo será la arquitectura de las épocas venideras, toda respuesta propiciada no es más que eso, una hipótesis. Que podrá ser valorada, tan solo, con el paso del tiempo. Cuando a Louis Kahn le preguntaron cómo será la arquitectura dentro de cincuenta años, respondió lisa y llanamente: «No se puede anticipar» (1). Y si bien un sinfín de arquitectos intenta, día a día, imaginar y concebir proyectos que puedan ser identificados con innovaciones formales o conceptos propios del futuro, esta no es tarea fácil. Según Kahn, «cuando un hombre empieza a proyectar algo para el futuro, puede convertirse en un pedazo de historia bastante cómico porque sólo podrá ser algo que se pueda hacer ahora» (2). No obstante, todas las ideas consideradas comunes y corrientes en el presente fueron, alguna vez, totalmente nuevas. Y, por más complejo que resulte imaginarnos cómo se constituirá el futuro, aquella es una condición fundamental del proceso creativo. Contradiciendo, de algún modo, la apreciación del maestro y sosteniendo que proyectar es pensar hacia adelante, podemos decir que todo acto creativo intenta siempre anticipar qué será de nuestras ciudades y sociedades.
Una silla sin dueño.
Un proyecto nace, desde el interior del arquitecto, luego de recorrer un proceso arduo de investigación y reflexión. Se carga de «historia, inconsciente memoria e incalculable y anónima sabiduría» (3). Todo olvidado para poder recordar, luego de dar lugar a unas inconscientes interrelaciones, en el momento oportuno. El proyecto logra sintetizar el íntegro recorrido de la disciplina en unas pocas líneas. Se vuelve estático y captura en la inmediatez del pensamiento todo el dinamismo de unas ideas que evolucionaron y fueron concebidas con el correr del tiempo, por el proyectista y por todos aquellos que lo antecedieron. Enric Miralles manifiesta, en relación a unos retratos de Giacometti, que «una pintura es así, un trozo de tiempo. Un lugar donde depositar la intensidad de un trabajo» (4). Análogamente, podemos decir lo mismo respecto a los proyectos de arquitectura. Un proyecto es un trozo de tiempo. Un tiempo que es observado, analizado y capturado en la mente para transformarse en algo más que eso. John Berger, escritor, crítico y pintor británico, profesa la idea de que mirar debe ser un acto consciente y político. Que exige un tempo lento donde la mirada se altera por la experiencia de quien observa y, a la vez, por el contexto social en que se registra la imagen. Establece, desde estas premisas, una relación no mecánica del arte con su contexto y declara, categóricamente, que lo que define a una época es su modo de mirar (5). En este sentido, la búsqueda de rastros de actividad, indicadores de funcionamientos o señales de actuación constituyen una herramienta acostumbrada, pero que no deja de ser necesaria y apropiada en cada periodo de revisión. Si la arquitectura es el reflejo de una época y el proyecto puede entenderse como una captura instantánea de un proceso ancestral de pensamiento que mira hacia adelante, entonces cabe preguntarse cómo debe ser ese modo de ver que recoja todas aquellas huellas de lo ausente.
Una mesa ausente
El arquitecto detective
El arquitecto proyectista es, en realidad, un detective. Inserto en un contexto y perteneciente a una época. Indaga, analiza, descifra y devela. Se sirve de las pistas, cicatrices y vestigios del medio para hacer una reconstrucción de los hechos. Rastrea indicios de actividad y localiza aquellos objetos que, desde la domesticidad, reflejan su uso en un tiempo y espacio determinados. Busca, afanosamente, sustancias con memoria que expongan la identidad del sitio para alcanzar la naturaleza del mismo. Para atender y entender. Examina la escena del crimen destapando aquel pasado que la constituye y descubriendo el presente que la acoge. Unos inocentes rayones de tiza en el ladrillo son rasguños de yeso y arcilla. La proyección, por poco impresa en piedra, de la sombra de una silla de hierro vieja que es soledad en medio de la multitud. Un mantel floreado que le tiene pánico al viento y unas banquetas casi ancestrales son una mesa que extraña a sus comensales. Una frágil estructura improvisada germina de un velo y dos pares de piedras. Un surco largo en el páramo que es ausencia de grama y que pudo ser corriente. Anuncian, todos, actividad y evidencian cierta indicación. Brindan, al detective, la pista más difusa, insólita o insignificante que puede transformarse en dato relevante. Es que la costumbre de un motín de niños que con su imaginación se apropian de una acera, la nostalgia de un anciano que elige ver todos los días el mismo paisaje, el marco de un árbol que se dispone a ser aún más alto que las tres chimeneas de Sant Adriá del Besós, la precisa y pacífica planicie de una topografía bien accidentada y el vigor en potencia de la naturaleza no son simplemente pistas. Son condicionantes proyectuales y materia creativa. Indican un qué, un eventual cuándo, un posible quién y un probable cómo se habita ese espacio. Son huellas que connotan un subtítulo de uso, utilidad, inquietud, interés o necesidad. Y cuando las habilidades recogidas en su historial se lo permiten, el investigador puede observar con más precisión. En el espacio deshabitado y remoto encuentra, aún, rastros de habitabilidad. Por su bien y por el de todos los que serán parte de su posterior travesía, es decisivo que observe, asista y compruebe. Es responsable de profundizar y reflejar, a través de un proyecto, un espacio y un tiempo inscriptos en una geografía, una cultura y una sociedad. El arquitecto detective es receptivo y sensible. Escucha, mira y toca. Advierte lo existente, nota el vacío, respeta sus cualidades y aprecia su atmósfera. Descarta conclusiones apresuradas y opiniones mecánicas descontextualizadas. Acepta la incertidumbre, reúne variables y asume lo inconcluso.
Una estructura improvisada
El arquitecto detective puede remitirse a, y adoptar como primer mandamiento, la noción de proyecto que concibe Alberto Campo Baeza. El vallisoletano afirma que proyectar es investigar, «[...] es pensar, reflexionar y decidir, responder, idear. Analizar detenidamente todos los datos existentes y luego diagnosticar un problema para finalmente resolverlo. [...] Proyectar es dar una respuesta sencilla a una pregunta compleja» (6). Ahora bien, esta postura depende siempre de la posición óptica con la que nos aproximamos al tema. Existen diferentes perspectivas y miradas enmarcadas en contextos sociales, políticos y culturales diversos. Proyectar en el presente para construir el futuro a través de la investigación de aquellas huellas de lo ausente es, sin más, una ideología. Esbozada en un conjunto normativo de emociones, conductas, ideas y creencias colectivas. Fundadas y sustentadas a través de una percepción receptiva que reconoce y acepta el desafío de indagar la historia e identificar su contexto, en pos de un resultado identitario que pueda reconocerse en su medio. Es, la del arquitecto detective, una religión que tiene de biblia a la realidad y profesa la lectura de este manual de instrucciones de lo que alguna vez fue, siempre vigente y desde antaño, anónimo.
Un surco en el descampado
Referencias:
(1) Bell; Lerup, Michael & Lerup, Lars. Louis I. Kahn: conversaciones con estudiantes. Barcelona: Gustavo Gili, 2002.
(2)Ibidem.
(3)Siza, Álvaro. «Dibujos de viaje» en Álvaro Siza. Textos. Madrid: Abada, 2014. Texto original publicado en: Álvaro Siza: Esquissos de viagem. Oporto: Documentos de arquitectura, 1988.
(4)Muro i Soler, Carles. Conversaciones con Enric Miralles. Barcelona: Gustavo Gili, 2016.
(5)Berger, John. Modos de ver. Barcelona: Gustavo Gili, 2016. Originalmente Ways of Seeing fue una serie de televisión de 1972 de películas de 30 minutos creada principalmente por el escritor John Berger y el productor Mike Dibb. Fue transmitido por BBC Two en enero de 1972 y adaptado a un libro del mismo nombre. Texto original publicado en: Berger, John. Ways of Seeing. Reino Unido: Libros de pingüinos, 1972.
(6)Campo Baeza, Alberto. «Proyectar es investigar: mil razones para entender que proyectar en arquitectura es investigar», Palimpsesto Nº 17, 2017.
Imágenes:
(1)Tiza en el ladrillo. Autor: Nigel Henderson. Fuente: Wilson, Andrew. Nigel Henderson's Streets: Photographs of London's East End 1949-53. Editado por Clive Coward. Tate Publishing, 2017.
(2)Una silla sin dueño. Autor: Andre Kertesz. De la serie Jardines de Luxemburgo. París, 1925.
(3)Una mesa ausente. Autor: Xavier Rivas. De la serie Domingos. Barcelona, 1994-1997. Fuente: «Xavier Rivas» por David Campany, Impresiones Nº 4, Fundación Foto Colectania, 2014.
(4)Una estructura improvisada. Autor: Ettore Sottsass. De la serie: Metáforas en el paisaje. Fuente: Carboni, Milco & Radice, Barbara. Ettore Sottsass, Metafore. Milán: Skira, 2002.
(5)Un surco en el descampado. Autor: Henry Ravenscrof.
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