DESESCALERA
Paula V. Álvarez, Sevilla
Una escalera estalla, se recompone y se mira a sí misma, y algo innombrable que hace tiempo yacía dormido dentro de ti de golpe se despierta, activando sin permiso todos tus resortes. Las piezas se van empujando y tumbando unas a otras, como en esos asombrosos juegos de reacción en cadena, yendo a por todas tus dudas y certezas, a por todas y cada una de las cosas que has visto y vivido en este mundo, experiencias aprendidas y fragmentos de conocimiento que guardas sin saberlo en la memoria ahora se conectan como por arte de magia entre sí, con tal velocidad que te resulta difícil seguirle el ritmo a la danza desnuda, libre y gozosa de tus pensamientos, y así llevo una semana, fabricando, puntada a puntada, este traje en forma de relato con el que espero cubrir un torso invisible para así poderlo ver. Mientras, la ciudad entera allá fuera permanece inquietantemente silenciosa y ausente, como en un apacible y eterno desayuno de domingo, confinada y contenida como lo está mi propio cuerpo, hoy hace justo un mes, para frenar una endiablada pandemia que avanza del mismo modo implacable que esas señales eléctricas que abaten y encadenan pedazos de realidad en mi cerebro mientras asiste, impotente y desconcertado, a otro baile, siniestro y demencial, una terrible coreografía compartida de cuerpos abatidos que cruza continentes y océanos, país a país, de ciudad en ciudad, de calle en calle, de edificio en edificio, de puerta a puerta, cuerpo a cuerpo, sin que los medios que gestionan la opinión pública hagan aún espacio suficiente a las voces que ya aciertan a señalar de un modo claro y perfectamente razonado que es el descuido de la lógica ecosistémica de este mundo vivo que respira y borbota dentro y fuera de nuestros cuerpos lo que nos ha llevado hasta aquí. El premeditado y terrible ajuste a mínimos de la infraestructura sanitaria es solo la punta de un iceberg planetario en cuya base están la contaminación, la desregulación del mercado agro-alimentario, el comercio ilegal de animales exóticos, la venta de mamíferos y aves silvestres, los cultivos a gran escala y los usos predatorios del suelo, el apelotonamiento cruel de animales alimenticios criados en granjas inmensas que eliminan esa selección natural que permite a la evolución rastrear los patógenos en tiempo real, la destrucción de los bosques y la complejidad y diversidad medioambiental que según los estudios habría de ser capaz de frenar el avance de los patógenos... Todo esto, sí, está en la base, pero también lo está tu trabajo, tu sudor, tu sangre, tus músculos y tus horas mermadas de sueño, ese mismo cuerpo entregado, violentado y amenazado que también, tal vez, ahora lo descubres, puede ser y es un freno, por eso escribo y escribo con el corazón acelerado, los dientes apretados, contenido el aliento y sintiendo cómo sube el calor a mis mejillas. Sé que si quiero hacer útil lo que he alcanzado a aprender de la turbia y fascinante relación entre edición y arquitectura no bastará un puñado de frases, pero después de tantos años el desafío para mí ahora no es el de conectar, porque las horas vuelan y la masa crítica híper-conectada desborda ya cualquier formato imaginable, y aunque la mayor parte del tiempo yace dormida y hasta se olvida de mí, a veces solo una pequeña chispa basta para que todo comience a arder de repente, y en vez de perseguir las conexiones una a una, ahora toca crear cortafuegos, acotar, cercar, elegir, empaquetar, discriminar, romper y ensamblar creativa y críticamente, como no, esos fragmentos que saltan y se salvan, tal vez solo por casualidad, para que puedan sugerir lo que aún yo no alcanzo a pensar o capturar en palabras. Vamos a ello, pues, bailando entre llamas… No te pongas reglas, no pienses en lo que se espera de ti, no te juzgues, ¡disfruta! Tengo que idear un comienzo que no sea un principio y un cierre que no sea un fin, sin pensar ni angustiarme en exceso por la certeza de que este esfuerzo que me posee y al que entrego mi tiempo y mi cuerpo... Cierro los ojos y llevo a mis pulmones y cerebro todo el oxígeno que puedo, inhalando y expirando lenta y profundamente. No es solo la agroindustria la que está en conflicto con la salud pública, con la ciudad, con la arquitectura, con los cuerpos, con los abrazos, las caricias y los besos, con nuestro aliento, con la vida. Reconectar las ecologías y las economías pasa por reimaginar, armonizar y equilibrar, cuidándola, la relación entre el propio trabajo y nuestros cuerpos, los modos en que los sujetamos al mercado, o no, para que éste cambie su lógica perversa y afloje, aunque solo sea un poco, los lazos que nos atan a los circuitos globalizados de acumulación de capital y su falsa promesa de cuidarnos. Porque lo cierto es que hasta él depende de nuestros velos y desvelos.
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