La arquitectura cambiante
Nuria Prieto, A Coruña
Siempre pensé que la arquitectura era una disciplina atractiva y bonita como un céfiro que moldea las formas, creando una nueva naturaleza para el ser humano. Pero las imágenes románticas suelen quebrarse ante la realidad, en la que la palabra arquitectura despierta habitualmente un bostezo contenido y una mirada similar a esa de la más tierna adolescencia dirigida al compañero de clase, usuario habitual de gafas de las de cristal gordo, que decía saber el año de la batalla de Bailén. Es aburrido. La imagen colectiva de una arquitectura moderna de las líneas rectas y una clásica de capiteles corintios quizás contribuya a acrecentar esa mirada tan adorablemente adolescente, que acaba por provocar la escisión, y condena al ostracismo a una disciplina que acompaña al hombre desde el origen de los tiempos, cuando descubre que cuando llueve hay que meterse en algún sitio…
Aburrimiento, vivimos en la arquitectura del aburrimiento. No es el juego magnífico de los volúmenes bajo la luz, hasta eso es aburrido, ver el mismo juego día tras día…¿es que no hay nada nuevo desde los años 20? El cansancio de las formas genera una actitud de comodidad que acabamos por aceptar, y acabamos por recurrir a valoraciones económicas cuando las propuestas vanguardistas quiebran los principios de aquello moral y socialmente establecido. Tampoco hay que dejar de filtrar la vanguardia, pero quizás haya que abandonar la absurdez del lenguaje que hemos construido a lo largo de la historia, seguramente por aburrimiento, y extraer simplemente los sentimientos, o más estrictamente las sensaciones. La arquitectura en contacto directo con lo que le apetece a la persona en cada momento, olvidar las rigideces de la habitación aburrida y la decoración milimetrada, fruto de convencionalismos y clichés de clase social retrógrada. Vamos a limpiar el pensamiento arquitectónico colectivo, abriendo la ventana para que entre el céfiro…
En el cañón del Chaco, actual estado de Nuevo México, EEUU, habitaba una tribu india que vivía del comercio de la turquesa. El cañón del Chaco es una zona árida y dura con temperaturas extremas propias de un desierto, en la que existen ciertos accidentes topográficos erosionados por el viento y las turbulentas avenidas de agua que se producen de forma periódica. Destacan los asentamientos de Pueblo Bonito, Pueblo Pintado, Wijiji o Chetro Ketl. La tribu en cuestión realizaba un tipo de construcción muy concreto, con un planteamiento constructivo rígido, pero una infinidad de posibilidades habitacionales que la dotaban de extrema flexibilidad. Los volúmenes que habitaban se asimilan a nuestros actuales bloques de viviendas, eran conjuntos de celdas que alcanzaban de tres a cinco plantas, estaban dispuestas de forma que cada celda era habitada por una familia de tres o cuatro miembros, dicha celda era relativamente grande, entre 6x8m. Si la familia crecía o necesitaba otra celda más la ocupaba, si morían algunos miembros dejaban las celdas que no utilizaba. Cada celda tenía luz natural, y podía dar a un patio interior que al regarlo de forma continua tenía árboles, climatizando de forma efectiva el aire de todo el bloque.
La flexibilidad funcional de Pueblo Bonito, es sólo una pincelada de todo lo que nos queda por conocer y de que la arquitectura no está en unos libros muy gordos llenos de polvo, que dentro tienen dibujos muy detallistas de alzados clásicos, partenones, panteones y demás cultura de escritorio de caoba, café con leche y pluma Parker. En los valles del Himalaya, los templos como el de Panchbaktra se inundan con el monzón y cambian esa imagen estática del templo típico del Himachal Pradesh, una arquitectura que vive y es flexible a su entorno…los budistas construyen los muros mani que crecen con los buenos deseos que escriben en forma de laja, cambiando así el paisaje de las yermas extensiones de las montañas altas…Con una mirada crítica, limpia de lenguajes absurdos a esa arquitectura clásica olvidada por no estar en los libros gordos, podríamos cambiar la reacción frente a la palabra arquitectura. Arquitectura no será un bostezo contenido y la mirada de odio adolescente al niño-colleja, sino un gesto de serenidad y complicidad como quien habla de su propio cuerpo.
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